Correr - Por Osvaldo Daniel Acosta
El
barrio amaneció convulsionado esa mañana. Estaba ahí enorme, parecía un
platillo volador como esos que veíamos por televisión con mi hermano en la
serie "Los invasores”. Eran tiempos de tele en blanco y negro todavía.
Era
amarilla y la manejaba un señor al que le ofrecimos agua fresca, cuando el sol
caía sobre nuestro barrio, que para nosotros era el mundo.
Mientras
tanto, entretenida cosiendo en la Singer heredada de mi abuela, mi madre.
Si
no había escuchado, mal a fin de mes tenía que entregar un pedido de costura. El
aroma del guiso de arroz con pollo perfumaba todo el comedor, se cocinaba a
fuego lento y mientras pedaleaba, ella lo controlaba mirando la cocina de
reojo.
El
almuerzo familiar sería cuando llegara papá de trabajar, como era la costumbre
en vacaciones de verano. El lugar de juegos era la galería de aquella casa de
techos bajos, lo elegíamos con mi hermano menor, porque era el más fresco al
mediodía.
Aquel
día estábamos con mi hermano jugando a las bolitas, cuando estaba punto de perder
mi preferida, un estruendo que se habrá escuchado a varias cuadras de casa, nos
hizo cambiar de planes.
Salimos corriendo y ahí la volvimos a ver. La máquina niveladora había sido puesta en marcha, su filosa cuchilla parecía relucir a pleno sol. Desde la cabina el señor que la manejaba con una palanca, podía decidir la profundidad con la que se hundiría en la calle polvorienta.
Grande fue nuestro asombro cuando capas por capas de tierra, cada vez más negras y húmedas, eran levantadas como si
fueran rebanadas de manteca, dejando a la vista latas, hierros retorcidos,
hasta tenedores y cuchillos, todos oxidados. Los chicos del barrio íbamos
corriendo detrás, levantando todas esas cosas como si fueran algún tesoro; por
un rato jugábamos a ser arqueólogos, aún sin saberlo.
El
juego terminó para nosotros, cuando vimos llegar a papá de trabajar, con el
bolso negro que colgaba de su hombro; luego de lavarnos las manos, nos sentamos
a almorzar.
El
motivo de charla fue nuestra aventura del día y nuestros hallazgos; sobre la
máquina de coser de mamá que ya estaba cerrada, quedaron en exposición las reliquias
recuperadas.
Aquel
olor tan particular a tierra húmeda quedo impregnando en mi memoria, como el
aroma del guiso de arroz. Aquel guiso de arroz con pollo que perfumaba toda la
casa.
Un recuerdo común de una época no tan lejana , una escena que se repetía en muchos barrios y era novedosa.
ResponderEliminarGracias Osvaldo por evocar un momento que algunos guardamos como un grato recuerdo en nuestra memoria.
Muchas gracias , fueron tiempos que permaneceran en la memoria colectiva de nuestro pueblo.
EliminarGracias por tomarte el tiempo de leer y comentar.
Hermoso viejo!!
ResponderEliminarMe queda el recuerdo cuando el abuelo prendia en bombeador y salía con la mangera larga a regar la calle para poder tomar mates sin q se levanté la tierra seca!!
Gracias.
EliminarQue lindo recuerdo el de las máquinas..con que poco éramos felices!
ResponderEliminarAsí es muchas gracias por tu comentario.
EliminarHermosa narración a pocos días de conmemorar el día de la niñez!! Esa niñez que describis ,que fuimos afortunados en disfrutar, a pesar de algunas carencias materiales, pero nunca afectivas.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario y por tomarte el tiempo de leer.
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