Caminata - Por Osvaldo Daniel Acosta

 

Aquellas vacaciones trajeron varias novedades a mi vida, mi primer vuelo en avión por ejemplo, sin embargo  solo fue el prólogo de lo que estaba por vivir.

El tema de la charla durante el desayuno en el hotel, dominaba la expectativa por la excursión que estábamos a punto de vivir.

Ya en el micro que trasladaba a todo el contingente y después de varias horas de viaje, se dejó ver a través de la ventanilla empañada.

Grande fue la sorpresa cuando se desplegó toda su magnitud, echando por tierra cualquier comparación con los afiches que promocionaban aquel destino.

Mantener  la vertical aquella mañana fue complicado,

Los arpones que se aferraban a la superficie, como lo hace un depredador al atrapar a una presa, fueron de gran ayuda, era como aprender a caminar nuevamente.

Aquella caminata fue inolvidable, ese inmenso desierto helado se perdía en el horizonte, el efecto del cielo reflejado en él, como si fuera un gran espejo, hacía  difícil definir cuál era el fin y el comienzo de ambos.



Por debajo de las antiparras podía sentir el rubor de mis mejillas heladas por aquella brisa matinal.

La voz del guía con sus recomendaciones, retumbaba en mi cabeza y competía con mis pensamientos que intentaban buscar adjetivos, para describir la magnitud de aquel paisaje, vivir ese momento único aceleraba mi corazón y entorpecía mis movimientos de tal manera,  que en varias oportunidades estuve a punto de caerme.

Un camino sinuoso serpenteaba a nuestros pies y se abría paso, ante los que compartíamos aquella travesía.

El sonido envolvente del aire que circulaba entre la mole eterna de hielo y el crujir constante bajo nuestros pies lo hacía sentir vivo, como si latiera bajo nosotros, dando la sensación de ser una gran bestia, que quería demostrar su enojo por la osadía de interrumpir su tranquilidad de siglos.

Después de caminar más de media hora, con la compañía del sonido que desprendían los arpones a cada pisada.

El guía nos presentó como si fuera el acto culmine de una obra de teatro y como una muestra cabal del daño que puede ocasionar el paso del tiempo. Una herida de  tres metros de profundidad en el lomo de aquel gigante que habían abierto el agua, el viento y el tiempo mismo.

Los efectos de la erosión habían formado un pasillo celeste por el que solo podía bajar una persona, no pude resistir la tentación de tocar las paredes resbaladizas, a través de los guantes se podía sentir la textura tersa y firme del interior, les puedo asegurar que tuve la sensación de sentir el corazón de aquella milenaria mole.

El Whisky con unas piedras de hielo hurtadas sin temor, sirvió como cierre de aquel tramo de la excursión, ya de regreso en tierra firme y mirándolo de frente desde la orilla, aún encandilado  por semejante espectáculo, sucedió algo más.....

Un estruendo que rompió la monotonía, anticipó un desprendimiento enorme de la pared lateral,  que cayó  sobre el lago, que lo engulló como un uróboros sin delicadeza alguna.



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