De migraciones, exilios y encierros - por Marisa Cecilia

Podría hablar desde las ciencias sociales, desde la psicología social, o desde cualquier paradigma más o menos aceptado.
Pero hoy, justo hoy, prefiero hacerlo desde mí. Sí. Así de simple y de concreto. El aire viciado del encierro abrió una grieta en mi interior.
Ay qué desgraciada palabra!! No encuentro otra, es más, amo esa palabra, así que se queda acá, conmigo.

Esa grieta, decía, está distanciando -socialmente- dos partes mías bastante contradictorias entre sí. Una, nómada, viajera, movediza, vital, proyectiva, que respira cuando siente el viento en la cara, que suelta a manos llenas todo lo que le sobra, que ama moverse y conocer cosas, lugares, gente nueva. Otra, un tanto más oscura, quieta, con miedo a perder lo poco que tiene, un tanto egoísta, posesiva, acumuladora, que se asusta cuando alguien querido se va a unos metros o a miles de kilómetros, que llora cuando extraña, que se esfuerza por retener objetos, afectos, familia, gente…

Busco desenfrenadamente historias distópicas y post - apocalípticas hace mucho tiempo, y desmenuzo las argumentaciones buscando seleccionar aquellas a favor y en contra del nomadismo y el sedentarismo. Y no me decido. Es que mi sedentarismo actual es reactivo. No es que no sea genuino, es que no fui siempre así. Casi, casi, como la humanidad.
Soy nieta de campesinos europeos y de medio oriente.
Una castellana y un vasco, una libanesa y un autopercibido sirio. Si, el “Yeto” decía que era sirio, pero en el mapa marcaba que su pueblito, del que ya no recuerdo el nombre, estaba en el Líbano, no en la Gran Madre Siria.
Mamá y papá se conocieron en Venado Tuerto, se escaparon para casarse y se vinieron a Buenos Aires, acá nació mi hermana. Volvieron a Venado Tuerto y allí nací yo.
Por distintas razones difíciles de enumerar, viví un ratito en Buenos Aires, unos años en Corrientes - en Goya y en Lavalle - otros años por segunda vez en Venado Tuerto, y, finalmente, la familia recaló en el Gran Buenos Aires. Casas? Mudanzas? Escuelas? Incontables.
Cuando llegó el momento del secundario tomé la firme decisión de hacerlo en un solo colegio.
A como dé lugar. Iba a empezar y terminar en el mismo establecimiento educativo cueste lo que cueste. Y lo logré. Claro que el secundario no me sirvió de mucho, pero lo logré.
Por el exilio político de mi hermana conocí Uruguay y lo amé. Me aferré al conurbano. Pero amé trabajar viajando por todo el país.
Y hace 4 años elegí trabajar con las víctimas de Trata, aquellos que mediante engaños o violencias varias son arrancados de su centro de vida.

Hoy tengo la familia cercana repartida en Bruselas, Milán, Balneario Buenos Aires, Montevideo, Haedo y acá conmigo.
Volviendo al sedentarismo o nomadismo, me pregunto si el actual rebrote de las multitudinarias migraciones forzadas por la miseria, la violencia y la falta de futuro nos harán, pasado el encierro viral, más humanos, o no.
Quiero recordar aquí que la bipedestación, la adaptación activa al ambiente, y la consiguiente posibilidad de migrar a sitios con menos recursos naturales hizo de la humanidad lo que hoy es.
Nos hemos movido y nos hemos quedado quietos. Y hemos construido ciudades, imperios, paraísos e infiernos. Y después los destruimos y los volvimos a construir.

Una parte de mí es feliz con vecinos senegaleses, chinos o paquistaníes, pero del otro lado de la grieta sufro por su desarraigo. Me imagino en Senegal, en China o Pakistán, sola, escuchando hablar con sonidos incomprensibles, y me invade la angustia.
Qué es más deseable? Resistir o sobrevivir? Afincarse o migrar? Qué nos hace más humanos? El reconocimiento de nuestros vecinos de toda la vida? O la aceptación de nuevas culturas, lenguas y costumbres?
Si el hombre es un animal político, pierde el migrante parte de su humanidad al desgarrarse de su comunidad y ya no ser ni representante ni representado?

Ufff… a veces creo que me pregunto demasiado para no responder.

¿Les conté que mi abuela libanesa era hija de un tuareg?
La cultura tuareg, originaria del norte de Mali, está en peligro. El pueblo Tuareg está en peligro.
La geopolítica los aplasta como a hormigas.
Acá les traigo música tuareg. Tinariwen nos cuenta la ceremonia del té en el desierto, que se parece mucho en su esencia a nuestra ceremonia del fogón y el mate.


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