Comienzo de Año - Por Osvaldo Daniel Acosta
El sonido del teléfono fijo la despertó. Eran las
7:30 del primero de enero.
Como era la tradición familiar la mesa estaba sin levantar.
Los restos de comida en los platos eran un festín para las moscas verdes. Algunas
de ellas se habían ahogado en la única copa que se mantenía de pie. El resto estaban
rotas sobre el piso. El mantel estaba corrido sobre la cabecera, como si a un mago
le hubiera salido mal el truco de sacarlo, dejando todo intacto sobre la mesa.
La ola de calor era noticia en todo el país. Myrian
había decidido recibir el año en la casa paterna.
Los últimos años había optado por no ir, le pesaba
la partida de su madre.
La llamada la despertó, por un momento se sintió perdida,
hacía muchísimo tiempo que no dormía en esa cama.
Se levantó de un salto. Corrió hasta el living en
donde se encontraba la repisa rinconera, en la que estaba el viejo teléfono
blanco, que, con el paso del tiempo, más de treinta años, había tomado un color
blanco grisáceo.
Cuando llegó dejó de sonar.
Se sentó en el sofá de tres cuerpos, que también
llevaba en esa posición la misma cantidad de años, como el empapelado pastel
que tanto se usaba en los años ochenta.
Desde donde estaba sentada, se podía observar cómo entraban
los rayos de sol a través de la cortina entre cerrada. El polvo suspendido en
el aire, era interceptado por las moscas, que hacían que las pelusas se arremolinaran
en una caótica danza.
Recordó su niñez en esa casa a las afueras del pueblo
y la costumbre de mantener las cortinas bajas en verano.
Se oía a lo lejos el arroyo, que se confundía con el
canto de las cotorras en la línea de sauces llorones, que estaban entre la casa
y el alambrado, que la separaba de la finca vecina.
Se preguntó quién habrá sido el inoportuno.
¿A quién se le ocurre llamar a esta hora?
Pensó en algunas opciones:
¿Habrá sido papá que se fue a trabajar y llamaba
para avisar, que volvía más tarde?
Felipe me dijo que recién volvía el miércoles.
Mamá no puede ser, lleva más de tres años muerta.
Sonrió burlonamente, hasta le pareció graciosa la
ocurrencia.
La mañana seguía avanzando. Esperó un buen rato a que
el teléfono volviera a sonar.
Se levantó. Recorrió lentamente el espacio que la
separaba del living hasta la habitación.
Se recostó sobre el acolchado, se entre durmió.
¡Ring! ¡Ring! ¡Ring!
Esta vez se levantó por el lado opuesto de la cama. Cuando
intentó apurar el paso, perdió el equilibrio y sin más, fue a dar contra el piso.
Sintió como la sangre brotaba de su nariz, y pudo ver como el coágulo de sangre
se iba formando en el piso. Se reincorporó como pudo.
El teléfono seguía sonando.
—¡Ya va!, ¡Ya va! —gritó con una mezcla de odio y
dolor.
El sonido le taladraba los oídos, llegó tambaleando
al teléfono, dejando un reguero de sangre por todo el camino.
Cuando pasó por el vestidor, pudo ver como el espejo
devolvía su imagen con el camisón de su madre. Se vio muy parecida a ella, con
ese corte de pelo que tanto usaba y ella le copió.
Su rostro con el tabique quebrado y los ojos que ya
comenzaban a ponerse morados, no le llamaron la atención. Pasó por alto también
el enojo, que le hubiera causado a su madre las manchas de sangre. Cuando
estaba por atender, el teléfono dejó de sonar.
Se volvió a distraer observando los rayos de sol que
ya no caían oblicuos.
Pensó:
Deben ser más de las diez.
¿Quién llamará
tan insistentemente?
Aturdida por el golpe, se desvaneció.
Cuando se despertó, pasó la lengua por la comisura
de sus labios. El sabor dulzón de la sangre, no le resultó repulsivo, todo
lo contrario, le agradó. Ya era cerca del mediodía. Se puso de pie apoyando sus
manos en el borde del sofá.
Caminó dos pasos.
¡Ring! ¡Ring! ¡Ring!
El zumbido de las moscas era cada vez más ensordecedor.
Y era proporcional a la cantidad que iba en aumento.
Atendió.
—¿Quién es? —preguntó.
—Tenemos una llamada al 911 desde este número. ¿Llamó
usted señora? —respondió el operador.
Myrian dudó por un momento, no comprendía, aturdida contestó:
—Que yo sepa no—Cortó.
Miró a su alrededor. Pudo ver en el piso más manchas
de sangre que se confundían, con las que había dejado anteriormente.
Cuando levantó las cortinas pudo comprender lo sucedido
después de la cena.
Recordó los reproches de su padre, por los años de ausencia.
—No te das una idea de lo difícil, que fue este tiempo—Fue
uno de los tantos.
Luego Felipe, subiendo de tono le dijo:
—¡No sé qué haces acá, si nunca te importamos y eso
que vos eras su preferida!
—¡Y ahora venís, así como si nada hubiera pasado! —
Su padre agarro el mantel y tiro de él, para detener
la discusión y ahí fue cuando se desencadenó todo.
Miryan mientras intentaba recordar el resto de lo
sucedido, pudo ver como detrás del sofá en el que había estado sentada,
asomaban unos pies. Se acercó y pudo ver el cuerpo de su padre, con un cuchillo
hundido en la espalda debajo del omóplato derecho, del que solo se podía
observar el mango de madera. Las moscas revoloteaban sobre él.
Myrian ahogó un grito, se pasó la mano por el rostro.
La sangre seca de su nariz se le quedó pegada entre los dedos.
Intentó nerviosamente limpiárselas en el camisón, y
notó como estaba teñido en sangre. Pudo ver las salpicaduras sobre el empapelado,
que también hubieran enojado a su madre.
Ya no escuchaba nada, solo su respiración agitada.
Como pudo caminó hacia la habitación. Al encender la
luz, pudo ver con lo que había trastabillado. Era el cuerpo de Felipe que tenía
el rostro deformado, con la boca abierta, como quien busca aire debajo del
agua. Uno de sus ojos tenía incrustado el trinche, con el que había servido el
pavo durante la cena.
El golpe seco en la puerta la hizo girar sobre sí.
Eran los oficiales de policía, que al entrar la encontraron mirando un portarretrato.
—¿Qué pasó aquí, señora? —preguntó uno de los oficiales
de policía.
Después de unos segundos en silencio.
Myrian contestó:
—Extraño mucho a mi mamá—.
Comentarios
Publicar un comentario