Cuadernos de un viajador - Prólogo y palabras preliminares - por Mariano Saravia




Humildemente, desde Fogón y Mate tenemos la alegría de presentar un libro, que iremos subiendo por capítulos una vez por semana, todos los días viernes.






Para Aní, Nuné y Mumi, mis compañeras del viaje más largo e importante. 
Para todas y todos a quienes me les crucé alguna vez en el viaje. 
A veces fue sólo una mirada, a veces ni hablamos, 
otras veces nos entregamos el amor humano y fraternal 
sabiendo que la separación sería inevitable, 
porque nadie se baña dos veces en el mismo río, 
y el río sigue su curso. 
Un momento es una eternidad 
y toda la vida es un momento, 
pero sabemos que es un viaje, que no estamos quietos, 
que siempre vamos desde algún lado hacia algún otro.






PRÓLOGO 

          Este libro es parte del viaje de la vida. Porque el viaje nunca está completo hasta que se comparte. Revisando mi historia, una importante parte de ella fue viajar. Era como una adicción y así como la disfruté, también la sufrí. Hoy, mi transcurrir es más sedentario, con raíces más profundas, que además se continúan en los retoños de la vida. 
          No es que no viaje, pero ahora son disparos más certeros y calculados. 

          Es que en realidad uno pasa por distintas etapas y puede tener diferentes identidades, incluso cruzadas. En una misma vida pueden convivir el pastor y el agricultor de los tiempos remotos. 
El pastor es el viajero que tiene que caminar con su rebaño hasta encontrar un prado para el pastoreo. Es un nómada que disfruta del viaje permanente. El agricultor, en cambio, es el que se instala en su campo, cuida sus cultivos, construye su casa y a partir de ella su hogar. Es un sedentario y prefiere la seguridad y la tranquilidad de lo conocido. 
          Es la historia de Caín y Abel. Caín el agricultor, Abel el pastor. Abel complace más a Dios con su ofrenda animal que Caín con su ofrenda vegetal. Cegado por los celos, Caín mata a su hermano. 
El castigo de Dios es paradójico: al sedentario por naturaleza lo condena a errar para siempre.

          Lo bueno y maravilloso se da cuando el viaje no es una imposición. Cuando uno puede elegirlo y disfrutarlo. Elegirlo como propuesta y también elegir el destino. Cuando eso sucede, el viaje empieza mucho antes que el embarque. 
          Empieza cuando se produce la idea, la propuesta, la elección del destino y de la forma. Ya la elección nos habla del viajero, porque hoy el Mundo se ha achicado 10 y los destinos están más a la mano que nunca. Pero atención, eso no significa que sea más fácil viajar. Siempre es difícil, porque es un arte y no todos logran su dominio. 
          En primer lugar tenemos una historia, una mochila, una carga subjetiva que viene de familia, de la infancia. Por haber viajado de chicos o por haberlo hecho con la imaginación, con la música, con los cuentos que nos contaban antes de dormir o con los cuentos que empezamos a leer en la preadolescencia. En mi caso eran los de Julio Verne y, sobre todo, los de Emilio Salgari. Sandokan y sus tigres de la Malasia surcando las costas de Borneo o asolando los mares de Oceanía y el Sudeste Asiático. Eso era un verdadero viaje, en todo sentido. 
          Creo que esa esencia poética, esos fantasmas literarios son la verdadera base del hambre de viajar, mucho más que las fotos, películas o videos que puedan mostrarnos de algún lugar. Por más maravilloso que aparezca en las imágenes, siempre será más aún en los sueños literarios. 

          De ese pasado de ilusión surge la verdadera emoción que nos hace palpitar cuando cruzamos por primera vez el Ecuador, o cuando pisamos otro continente, o cuando estamos en alta mar sin ver tierra en el horizonte, o cuando entramos en el círculo polar. 
          Éste es uno de los objetivos de este libro, hacer del viaje un motivo de comunicación, entre ustedes y yo. Compartir impresiones, sensaciones y pareceres, más que informaciones, mapas o datos de dónde ir, qué visitar, dónde comer y cómo pagar. Recuperar el valor de la memoria en un mundo que conspira contra ella, que quema los recuerdos. 
          La idea entonces es retomar también el relato, sistematizar las ideas, presentar los hechos, lograr una dramatización, una poetización de la retórica y del viaje en sí. 

          El viaje empieza, entonces, antes del embarque. Se inicia en nuestra cabeza y en nuestro corazón. Y a veces tarda en concretarse o no se concreta nunca en lo material, pero existe igual como experiencia. Y a veces uno no sabe por qué se siente atraído por ese lugar.            
          En mi caso, por ejemplo, que he recorrido un tercio de los países del mundo, me siento atraído por Portugal, pero nunca pude ir. Mi hija mayor, Aní, de seis años, desde siempre dice que quiere ir a Irlanda, para estar con los duendes. Y la menor, con cuatro años, dice que quiere conocer Timor Oriental (el país más joven del mundo), pero no sabe por qué. 

          Ahora vos te preguntarás, ¿en qué momento empieza de verdad el viaje? Es muy relativo. Podríamos decir que empieza cuando el deseo comienza a dar lugar a un plan más concreto, cuando decidimos el itinerario. También podríamos decir que empieza cuando compramos los pasajes, o hacemos las reservas. 
          Pero seguramente un momento clave es cuando salimos de nuestra casa, cuando miramos que todo esté en orden, las luces, canillas y gas apagado, respiramos hondo y cruzamos el umbral cerrando la puerta a nuestra espalda. Ése es el punto de partida, ése es nuestro puerto del que zarpamos y al que volveremos a atracar al retorno. 
          A veces, nos aborda una sensación de inseguridad, de desamparo, porque estamos como en el limbo, ya dejamos nuestra guarida y todavía no hemos llegado a nuestro destino. Es el tiempo que transcurre en el taxi, en las terminales, aeropuertos, y luego en los colectivos, aviones o barcos. El auto es algo distinto porque casi es una extensión de nuestro hogar.
          A cada paso, a cada minuto, sentimos que estamos más lejos de nuestra cueva, y más cerca de nuestro destino, aunque en la actualidad la distancia es algo cada vez más relativo, casi sicológico. A veces, estando todavía en tu ciudad, ya estás extrañando, porque recién empieza tu viaje. Y otras, estás del otro lado del mundo y ya te sentís en casa, porque estás emprendiendo la vuelta. 
          O sucede lo contrario: ya llegaste a destino pero todavía tu alma está en el punto de partida, porque nos cuesta adaptarnos a la rapidez de la tecnología moderna. Estamos hechos para recorrer distancias menores. El pastor viaja, pero a pie. No estamos hechos para sortear 10 mil kilómetros en 10 horas.  

          Y vayamos a esas 10 horas: sucede de todo. Dentro de un avión, uno tiene que compartir demasiado tiempo con extraños, y muchas veces hay que hacer un esfuerzo para soportar los comentarios fátuos de quienes –con ellos– intentan escapar a la angustia de abandonar su casa, o de volver a ella. Están los que van, están los que vuelven, y todos quieren contar alguna superficialidad, con el agravante de que lo hacen convencidos de que es un comentario muy importante. 
          Además, los aeropuertos y los aviones son no lugares, ya que todos se parecen. Es la parte del viaje menos atractiva, porque es la menos auténtica –aunque a veces uno se esfuerce en disfrutarla–. 

          Uno de los temas que se plantean apenas se sube al avión es qué idioma usar. ¿El del país de partida o el de destino? Pareciera que ya en vuelo se empiezan a liberar los ánimos de los ciudadanos del país de destino, y se animan a soltar su lengua en su propia lengua. Por si hiciera falta, esa circunstancia ya nos mete en viaje definitivamente. 
          El otro es el de la hora, porque ya metidos en viaje definitivamente, se nos plantea la pregunta de qué hora es allá arriba, sobre todo en los vuelos largos que cruzan varios meridianos, como los transatlánticos o transpacíficos. Para colmo, en estos casos la sucesión de comidas no siempre acompaña el movimiento del sol, sino que intenta acompañar más bien el ritmo humano. 
          Mientras uno empieza a dormitar, escucha movimientos, se prenden las luces y aparecen los carritos con las azafatas que lanzan la ya conocida pregunta: ¿Pollo o pasta? Entonces uno mira el reloj y resulta que estás cenando a las cinco de la tarde, o desayunando a las tres de la mañana. Por consiguiente, ¿en qué momento cambiar la hora? ¿Dejamos por ahora la del lugar de partida o ya vamos poniendo la del destino, para ir acostumbrándonos? 

          Y así pasa ese período del viaje que llamamos limbo, en el cual ya no estás en tu punto de partida, pero todavía no llegaste a tu destino. Cada uno lo lleva lo mejor posible, algunos lo incorporan definitivamente al viaje, otros lo usan para distintos fines como un verdadero “tiempo de nadie”, siguiendo la idea de la “tierra de nadie”, cuando en una frontera no estás ni de un lado ni del otro. 
          Ya desembarcado, no hay más excusas y cada uno se muestra tal como es, con sus capacidades, con sus preparaciones y con sus limitaciones para el viaje. Es el momento de la verdad, porque en realidad la persona se enfrenta a sí mismo. Empezará a demostrar si es un turista o un viajero. En este sentido, el viaje es una muestra gratis de lo que es la vida misma. Hay quienes van al encuentro de un montón de lugares comunes y no hacia lo nuevo y desconocido. Viajan a un país lejano no para descubrirlo sino para ratificar sus propios preconceptos sobre él y su gente. 
          Si van a Bolivia quieren ver pobreza y colorido; si van a Brasil, alegría y sensualidad; si van a España, pasión y exageración; si van a Alemania, pulcritud y adelantos tecnológicos. Y para asegurar a fuego sus propios prejuicios, para ratificarlos ante sí mismos y sus amistades a la vuelta, lo registran todo, con fotos y ahora también con filmaciones desde sus celulares. 
          Entonces, el turista se convierte en un camarógrafo, que no es capaz de mirar sino a través de alguna pantalla. Muchas veces cae en un juego perverso con la gente del lugar que le da lo que él ha ido a buscar. Si va a Marruecos pensando que en la calle no lo dejarán tranquilo ofreciéndole de todo, eso sucederá porque en el fondo es lo que quiere, y el regateo no faltará porque ninguna de las partes quiere renunciar a él. Si va a Egipto no deberá faltar el patético cuadro montado por algún lugareño que le quiere cambiar un camello por su mujer. Si va a Holanda será protagonista de una escena bizarra entrando a un coffee shop para preguntar todo sobre la marihuana y el hashish sin ninguna intención de consumir. Y si va a la India, pasará como un relámpago por un templo budista para “meditar”, con los tiempos limitados de su estadía y de su dinero. 
          Todo está preparado y por plata todo se puede lograr, incluso el convencimiento de que se ha sido testigo de algo auténtico. 

          Pero además de ir en busca de lo que ya dictaminó que va a encontrar, el turista juzga. Y juzga con su propia vara, obviamente. Es decir, compara y condena. Que los franceses son arrogantes y no te responden si no les hablás en francés (algo bastante lógico); que los italianos te quieren cobrar por todo; que los mejicanos son muy machistas; que los árabes no tienen vergüenza de andar por la calle con sus varias mujeres cubiertas; que los caribeños están todo el día tirados en la hamaca o jugando al dominó. O peor aún: que en Venecia los canales están sucios y despiden olor; que la pizza de Nápoles no es tan buena como la de Buenos Aires; que los cantitos de la cancha en España son menos ingeniosos que los de Argentina. 
          Haría bien el turista en no salir más de su barrio, porque todo es mejor ahí. 

          Un parrafito aparte merecen los turistas como destructores de cualquier resabio de verdad en un mundo que, ya de por sí, se parece cada vez más. Sin embargo, aún quedan algunos lugares, algunos momentos, algunos acontecimientos, que todavía pueden transmitir esencia y profundidad. 
          Esto, hasta que ellos llegan. Y ahí no hay distinción de procedencia, color de piel o clase social.       
          El turista es el turista, sea japonés, italiano, estadounidense o argentino. Vengan de donde vengan, tienen la misma capacidad de romper el clima en la ceremonia más auténtica. Estás sobrecogido en el Santo Sepulcro y de repente, el silencio se hace añicos por los gritos de los turistas. Te ensimismás frente al Gernika en el museo Reina Sofía, hasta que llega la turba. 
          Intentás escuchar un músico callejero en una callejuela de Bogotá, hasta que se paran al lado tuyo dos turistas y empiezan a cuchichear. Incluso en Auschwitz, querés solamente estar en silencio y no pensar en nada, pero los comentarios banales de ellos te persiguen. 

          En Argentina se suma una característica: la tonada y el tono (un punto más alto que lo normal) de los porteños, que más allá de ser especialmente chocante, es usado como excusa por el resto del país para hacer la gran Poncio Pilatos y lavarse las manos. Todas las culpas de los papelones extramuros recaen entonces injustamente sobre los porteños. 
          Sinceramente, la vergüenza ajena la he sentido en todo el mundo ante la llegada de ellos, pero también en Chile ante el comportamiento de mendocinos y sanjuaninos; en Bolivia, de salteños y jujeños; en Paraguay, de misioneros y correntinos; o en Brasil, de cordobeses y santafecinos.    Después, todos apuntan a los porteños, pero lo cierto es que el turista es turista en cualquier lado y provenga de donde provenga. Y lamentablemente son muchos. 

          Por el contrario, el viajero es alguien que busca un equilibrio. Se ha preparado para el viaje con lecturas, investigaciones, conocimiento previo, pero llegado a destino se vacía para volver a llenarse con la savia del lugar. Y para eso hay que estar de verdad en el lugar, con todos los sentidos al mil por ciento para poder ver en 360 grados, para poder escuchar todo, oler todo, saborear todo, y tocar lo más que se pueda. 
          El viajero busca un equilibrio entre la intención de razonar cada cosa, relacionar y reflexionar, pero al mismo tiempo dejarse llevar por la tensión, la pulsión, la emoción, la sensualidad, el asombro de un niño y la curiosidad que tenemos escondida en algún rincón. Así, más allá de que podamos apelar a algunas fotos o a algún cuaderno de notas, de lo que se trata es de recuperar el relato, la poética del viaje, y por supuesto la memoria, en un mundo que atenta contra el verdadero recuerdo.              Hablo del verdadero recuerdo, no de invitar a los amigos a cenar un sábado a la noche para aturdirlos mostrándoles las fotos de nuestro último viaje en el que recorrimos cinco países en 10 días y tenemos que preguntarle a nuestra compañera dónde era esto o aquello.  

          De un viaje no deberían sobrevivir más que un puñado de recuerdos, que más que recuerdos son vivencias que se incorporan a nuestra vida, sensaciones, experiencias, lecciones. En síntesis, vivencias profundas. Y no hace falta que sean nada del otro Mundo, antes bien, mejor que sean algo bien concreto de este Mundo, pero importante para nosotros. Una luna nueva reflejándose sobre el lago de Lugano; unos mimos en Grafton Street, la principal peatonal de Dublín; unos niños hamacándose en paz en una plaza de Rentería; unos niños “jugando” a la guerra en Derry; una procesión a Iemanjá en Salvador; una cárcel llena de mapuches en Temuco; una plaza llena de gente haciendo gimnasia en Hanoi. 
           Así el viaje cobra sentido, cuando se incorpora a lo que somos. Porque la sobreinformación es tan dañina como la falta de ella. No queremos volver transformados en una guía turística de ésas que podemos encontrar a precio de saldo en las librerías de viejo. 
          La exageración de informaciones, además, es tan pasajera como una nube. Lo que permanecerá de por vida es lo que nos tocó la fibra más íntima, las emociones cruciales, las percepciones fundamentales. Y eso no lo sacaremos a flote sino en el momento justo y con la persona justa. 
          Es desde esta perspectiva que he realizado mis viajes y las notas que intento acercar al lector. 

          La otra razón del porqué de este libro es la necesidad de hablar de una realidad que nos atraviesa como género humano: la búsqueda por vivir mejor, por ser felices. Creo que el ser humano está en el Mundo para ser feliz. Pero ésa es una tarea y en ella se inscribe la lucha permanente por valores universales como la dignidad y la igualdad. No por ellos en sí mismos, sino porque nos conducirán a vivir mejor, a acercarnos un poco a la felicidad. 
          Ahora, del mismo modo en que ésos son valores universales, también es universal la pulsión del egoísmo, el provecho propio, que conducen inexorablemente a la injusticia, a la desigualdad y a la explotación del hombre por el hombre.  

          Ya Manuel Belgrano lo dijo en 1813: “El mundo está dividido en dos clases de personas, los propietarios de casi todo que disfrutan de los bienes de la tierra, y los que sólo pueden trabajar para que los otros disfruten”. Belgrano está hablándonos de clases sociales, 35 años antes de que apareciera el Manifiesto Comunista de Carlos Marx. 

          Creo que hoy más que nunca tenemos que retomar el sentido de las palabras, volver a hablar de clases sociales, volver a hablar de pueblo, de oligarquía, de explotación. Eso nos devolverá un marco de referencia para poder seguir persiguiendo el sueño de ser felices. Todos, no una minoría. Todos felices, a través de algunos valores básicos como la dignidad y la igualdad. 
          Retomar el relato, la retórica, la poética, que tanto tienen que ver con la lucha. Porque ésta empieza y termina siendo una lucha de ideas, una batalla cultural, semántica, política en el verdadero y totalizador sentido del concepto. 
          Por eso también es necesario retomar el relato del viaje, mucho más que la mera acumulación de fotos, videos e informaciones de a dónde ir y dónde comer. 

          Es en ese contexto que el objetivo de este libro pretende hacer que se crucen la poética del viaje con la poética de la política más básica y profunda. De allí la necesidad de contar tres o cuatro experiencias de un puñado de viajes, todas con una constante: la clase y sus luchas en el Mundo. 
          Por eso siempre hablo de Mundo y no de Tierra. La Tierra es una realidad geográfica, el Mundo es una realidad cultural, y es lo que más nos interesa. Si hay algo que me une a un vietnamita, a un boliviano o a un sueco es la clase. Quizá no se trate exactamente de aquella máxima de “proletarios del Mundo, uníos”. 
          Hoy hay muchas otras experiencias a tener en cuenta, como las luchas de los pueblos originarios, destinados a darle al Mundo una nueva teoría política. Pero son éstas, en los lugares más disímiles, junto a la conciencia de clase, las experiencias cruciales que recojo de los viajes. 
          Y como éstos no están completos hasta que no se comparten, quise compartirlo con vos, querido lector, querida lectora. 

          De esa conjunción de viaje y clase surge este libro. De la conjunción de viajero y trabajador. Por eso el neologismo “viajador”, una mezcla de viajero y trabajador. 
          Porque necesitamos viajar más con el espíritu abierto, con la mente y el corazón dispuestos, para encontrarnos con otros seres humanos que en apariencia pueden ser muy distintos a nosotros, pero que tienen una condición en común: son trabajadores. Trabajadores en sentido amplio, no sólo obreros. También profesionales, campesinos, comerciantes, estudiantes, pequeños y medianos empresarios, funcionarios, entre otros, que comparten dos condiciones. 
          La primera es la de pertenecer a esa mayoría de la que hablaba Belgrano, y que por ahora sigue sin poder hacer otra cosa que trabajar para que una minoría disfrute. La segunda, es la determinación de no resignarse, sino de luchar. Cada uno con sus formas, sus métodos, su cultura, sus tiempos, sus lugares y sus convicciones. 
          Pero luchar. Porque en este Mundo, por ahora también, no hay victorias ni derrotas permanentes. Lo único permanente es la lucha. 

          Por lo tanto, trabajadores y viajeros, este libro está escrito especialmente para ustedes. 

          Amigo lector, amiga lectora, si tenés ganas de conocer otros lugares, otras realidades, con gente como vos y como yo, aquí vamos. 

          Viajador, viajadora, preparate para partir. 
          No te preocupes por las 3 P: pasapore, pasaje, plata. No vas a necesitar nada de eso, sólo abrir el corazón y la cabeza para compartir experiencias cruciales, experiencias metafísicas, pero también muy mundanas, muy políticas, muy nuestras, porque en definitiva, somos ciudadanos del Mundo. 

          Ajustate el cinturón... o soltate. Arrancamos.





PALABRAS PRELIMINARES 


          Teníamos muchos viajes y vivencias para contar. Pero siempre hay que elegir, como cuando uno decide adónde ir. Para este libro no debían ser ni demasiados, ni demasiado pocos destinos. Nos pareció que doce estaba bien en este viaje, para que no termines saturado y pueda quedarte un gustito a poco que luego te lleve a viajar a vos también, no necesariamente en forma física. 

          En ese contexto, elegimos Bolivia porque es el lugar donde uno de nuestros pueblos está caminando, y ese caminar debería mirarse con mucha atención desde todo el Mundo. Es quizá el mejor ejemplo mundial de un intento hasta ahora exitoso por aunar dos tradiciones que nunca habían podido conjugarse: la de las luchas ancestrales de los pueblos originarios y la de las clases trabajadoras. Es una experiencia muy potente y por eso elegimos empezar este viaje por ahí. 

          Luego te llevamos a Honduras, para vivir en carne propia cómo es que la tradición liberal conservadora reacciona cuando un pueblo empieza a caminar. Cómo le pegan a ese pueblo en los tobillos y en las rodillas para postrarlo nuevamente. Y si necesitan, no dudan en tirarle al corazón. Es un ejemplo de cómo la derecha, en América Latina, cuando está en el gobierno es autoritaria y cuando está en la oposición es golpista. 

          Seguimos por la Guayana, único enclave colonial en el territorio continental de Sudamérica. Un vergonzoso ejemplo del colonialismo y del imperialismo francés, propio del siglo 19 pero en pleno siglo 21. Como también vergonzoso es que nosotros nos llenemos la boca hablando de Patria Grande y no tengamos conciencia de que una partecita de ella sufre una cruel ocupación militar en cuya frontera ondea la bandera de la Unión Europea, en plena Sudamérica. 

          Después nos vamos a Irlanda, una de las tierras más fantásticas y combativas al mismo tiempo. Un pueblo que debería ser reconocido como el que más lucha contra los padres del imperialismo y el colonialismo: los ingleses. Los irlandeses, siguiendo el axioma de que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”, aman a los argentinos. Y entre pintas de cerveza Guinness y vasos de wisky, no paran de hablar sobre las Malvinas, el Almirante Brown, la Guerra del ’82 y los goles de Maradona en el ’86. Por supuesto, también de duendes y hadas, en un mundo gris y verde, de piedra y pasto. 

          También pasaremos por el País Vasco, otro de los pueblos que luchan contra distintas formas de imposición y avasallamiento. Un pueblo encerrado en el cuerpo de otro, y que lucha porque al menos se reconozca su identidad. Todo esto, por supuesto, matizado con los pintxos, excelentes vinos, la sidra, el txakolí y el patxarán. La cultura, la música y el fútbol. Te mostraremos San Sebastián, Bilbao, Vitoria, Pamplona y mucho más. Pero en Euskadi, todos los caminos conducen a Guernika.  

           En Quebec descubriremos que Canadá no es exactamente igual a la imagen que tenemos. Nos venden que Canadá reúne lo mejor de Estados Unidos (adelantos tecnológicos, confort, pragmatismo) con lo mejor de Europa (Estado de Bienestar, cultura). Pero hay una Canadá oculta y la nación francófona de Quebec es la mejor muestra de la “otra” Canadá. Mucho más allá del Cirque du Soleil, que nos encanta. 

          En Armenia nos enfrentaremos al espejo más cruel que nos devuelve la imagen cruda de la vida misma. O sea, la lucha por vivir. De eso se trata este viaje, de vivir, y de vivir lo mejor posible. Algunos tienen que luchar por vivir, antes de pensar en cualquier otra cosa. Simplemente porque hay otros que no quieren que ellos vivan. En este caso, conoceremos cómo es un pueblo que da ejemplo de sobrevivencia, a pesar de todo. Y es un canto a la vida.

          En Nagorno Karabaj veremos la otra cara de esa supervivencia, en un pueblo que a pesar de ser antiquísimo, está naciendo todo el tiempo. Nagorno Karabaj es un Estado no reconocido por la comunidad internacional, y sin embargo existe. Como ellos dicen, cuando nace un bebé, al principio su llanto lo escucha sólo su madre, pero el bebé llora más fuerte y finalmente lo escuchan todos, porque ya está entre nosotros. Nagorno Karabaj significa el Alto Karabaj, o el Montañoso Karabaj, y recorriéndolo nos parecerá ver a esos guerreros de a caballo salidos de alguna novela de Tolstoi o Dostoievski.

          Georgia será atravesada por nuestro viaje, desde Chavaj, en el sur, hasta las costas del Mar Negro, sobre todo siguiendo el rastro de las comunidades armenias que muestran la actualidad autoritaria y belicista del poder asentado en Tiblisis. Enclave geoestratégico en el Cáucaso, clave en el juego entre Occidente y Oriente, Georgia es también un laboratorio social y político, y uno de los primeros países adonde se implementaron las “revoluciones de colores” que propicia la CIA en todo el Mundo. 

          Metiéndonos en las entrañas de Israel trataremos de entender un conflicto muy difícil de desentrañar, por múltiples razones. Iremos a la frontera con Gaza para que un misil nos sobrevuele la cabeza, a la frontera con El Líbano para casi tocar las posiciones de Hizbollah, y sobre todo a Jerusalén, donde dos vecinos que no pueden ni verse tienen que compartir un monoambiente. Y allí mismo, en Jerusalén, nos dejaremos atrapar por el síndrome que nos arrastrará hacia el misticismo de las tres religiones monoteístas más grandes de Occidente. 

          Queremos invitarte a Estados Unidos, para descubrir que allí también se cruzan los viajeros con los trabajadores, porque allí también hay personas de carne y hueso que viven de su trabajo. Ellas son las primeras víctimas de un sistema imperialista que hace agua por todos lados, que ha iniciado su decadencia y su declive, y que por eso mismo se ha descontrolado y se ha vuelto más peligroso que nunca. Será un viaje al corazón del Imperio, nos meteremos en la boca del lobo. 

          Y finalmente, la frutilla del postre. Queremos terminar nuestro viaje en Vietnam, justamente allí donde se podría decir que se inició el declive del Imperio Norteamericano, hace más de 40 años. Mientras esquivamos motos, los vietnamitas nos dicen que Vietnam es un país, no una guerra. Pero es inevitable sentir una gran admiración por un pueblo que, para ser libre y digno, en el siglo 20 venció al Imperio Francés y al Imperio Norteamericano. Y descubriremos por qué a ellos hoy los llena más de orgullo su inteligencia que su valor, a pesar de que pusieron sobre la mesa cinco millones de muertos para marcarle el rumbo a la Humanidad toda.

          Bueno, ahí está nuestra bitácora de viaje, si te seduce como a nosotros, te invitamos a subirte a este bote. Pero te advierto, aquí vamos todos, porque éste es un viaje colectivo. En él no vas a encontrar paisajes desolados ni atracciones atestadas de lugares turísticos. Este es un viaje por el Mundo pero hacia el ser humano. Y por eso es colectivo, porque somos siempre colectivos. Como decía Armando Tejada Gómez: “Importan dos maneras de concebir el Mundo. Una, salvarse solo, arrojar ciegamente los demás de la balsa. Y la otra, un destino de salvarse con todos, comprometer la vida hasta el último náufrago”. 

          Bienvenidos a esta balsa, a este bote, a este viaje. Aquí todos y todas, de todos los rincones del Mundo, somos viajeros, y somos trabajadores. 





Mariano Saravia es periodista, escritor, docente universitario y conferencista. Sus especialidades son la política internacional, el periodismo histórico y los derechos humanos. 

Divide sus tareas periodísticas en televisión, radio y gráfica. Sus artículos y ensayos han sido publicados en Argentina y el exterior.

Profesor titular de la materia Política Internacional en la Facultad de Ciencia Política de la Universidad Católica de Córdoba.

Tiene una maestría en Relaciones Internacionales del Centro de Estudios Avanzados y una licenciatura en Comunicación Social, ambos de la Universidad Nacional de Córdoba.

También realizó estudios en Italia, Alemania, Irlanda, Reino Unido, País Vasco, Polonia, Israel, Canadá, Estados Unidos y Brasil.

Ha viajado por gran parte de Europa, África, Asia y las tres Américas. Pero principalmente es conocedor de Suramérica. Ha sido invitado a disertar sobre todo en Venezuela. Ecuador, Brasil y Bolivia.

Tiene publicado 10 libros, algunos de ellos traducidos al inglés, francés, portugués, danés, y vietnamita. Uno de ellos, La sombra azul, fue llevado al cine con el mismo nombre.

Es profesor invitado de la Universidad Nacional de Río Cuarto, la Universidad Nacional de Villa María y la Universidad Católica de Córdoba. También de la Universidad de Wisconsin - Green Bay y del Boston College de Estados Unidos.

Además recorre su provincia y otras dictando conferencias sobre temas históricos y políticos de Suramérica.

Es defensor del proceso de integración sudamericano.

También es un militante por el reconocimiento internacional del Genocidio Armenio.

Ha asesorado al Presidente boliviano Evo Morales en el conflicto por la salida soberana al Océano Pacífico que le arrebató Chile en la Guerra del Pacífico (1879 - 1884 )

Milita por la independencia de la Guayana , en manos del poder imperial francés, único enclave colonial de Suramérica junto con las Islas Malvinas.

Es representante internacional del Movimiento de Descolonización y Emancipación Social de la Guayana.



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