Arte, para verse el alma - El rapto de Proserpina - por Rosana Lepretre
El rapto de Proserpina es una escultura
realizada por Gian Lorenzo Bernini entre los años 1621 y 1622
perteneciente, por lo tanto, al Barroco.
Fue encargada por Scipione Borghese, que se la cedió al Cardenal Ludovico Ludovisi en 1622, quien la llevó a su villa. Permaneció allí hasta 1908, cuando el Estado italiano la adquirió y la devolvió a la Galleria Borghese.
Es una gran estatua de mármol, perteneciente a un grupo escultórico ejecutado por el artista.
Fue encargada por Scipione Borghese, que se la cedió al Cardenal Ludovico Ludovisi en 1622, quien la llevó a su villa. Permaneció allí hasta 1908, cuando el Estado italiano la adquirió y la devolvió a la Galleria Borghese.
Es una gran estatua de mármol, perteneciente a un grupo escultórico ejecutado por el artista.
El mito de la
primavera
Proserpina, la ilustre y joven hija de Júpiter
y Ceres, tuvo que asentir mientras contemplaba la belleza de aquel
hermoso lirio que parecía devolverle la mirada.
Con sumo entusiasmo,
se agachó, se hizo con la flor y la llevó al cesto ya repleto de
una diversa variedad floral.
Con su habitual sonrisa irradiante,
contemplo cómo el cielo comenzaba a pintarse de añil.
-Creo que ha llegado el momento de partir. - Nadie osó discutir su decisión, pues al fin y al cabo tenía razón. La tenebrosidad se adueñaría del lugar pronto, y sería entonces cuando los peligros acecharían. Decidida a emprender el camino de vuelta, Proserpina avanzó sin mayor dilación a través de la naturaleza, inmersa en la quietud del momento, quietud que súbitamente se desvaneció.
Aún no había
hecho la tenebrosidad acto de presencia, sin embargo, el peligro
acechaba.
El peligro era real.
El peligro era real.
La tierra se abrió para que de sus profundidades surgiera la temible presencia del tío de Proserpina, dios del inframundo. Plutón, montado en un carruaje tirado por cuatro corceles negros, igualmente amenazadores, se dirigía hacia las jóvenes, hacia su principal objetivo.
Todo sucedió demasiado rápido.
En un abrir y cerrar de ojos, Plutón saltó del carruaje para apoderarse de su codiciado tesoro.
Ella, Proserpina, su sobrina.
Con absoluta ferocidad, Plutón se abalanzó hacia su víctima para hacerse con ella a la fuerza. Sus manos se aferraron al torso de Proserpina, sus fuertes brazos se cerraron en torno a la piel tersa y juvenil, sus dedos se hundían entre las costillas, en el muslo… mientras tanto, Proserpina forcejeaba y gritaba. Su vestido, desgarrado, quedó en el suelo. Junto a él, el cesto de flores se había volcado. Cuando sus compañeras, absortas por lo que estaba sucediendo, quisieron reaccionar, era tarde. Plutón había subido al carruaje, para después desaparecer de la faz de la tierra, descendiendo así a sus dominios con su conquista.
Las nuevas se propagaron con la misma rapidez con la cual Plutón había perpetrado aquel infame secuestro. Estas llegaron a Ceres, diosa de la agricultura y reina de la fertilidad de la tierra, también madre de la joven raptada. Ceres quedó sometida por la pena, por un pesar profundo.
Sus obligaciones
quedaron en un segundo plano, y la tierra se vio perjudicada. Los
campos perdieron su colorido, las plantas languidecieron, los árboles
se secaron, el terreno se volvió yermo, surcado por infinidad de
grietas, las mismas que presentaba el sentir de una compungida Ceres.
La humanidad se vio damnificada de igual manera. No había cultivos,
no había alimento que llevarse a la boca, y sí muerte,
demasiada.
Júpiter decidió, al fin, intervenir. La fechoría cometida por su propio hermano no podía quedar impune, así que le exigió que liberara a su hija de aquel reino infernal para devolverla al calor de su madre. Lo que Júpiter no podía llegar a imaginar es que Proserpina se había acabado enamorando de su tío, algo que había sucedido con el transcurrir de su cautiverio. Como prueba de ello, Proserpina había ingerido seis semillas de granada, fruto que simbolizaba la fidelidad conyugal.
A pesar de todo, Júpiter
insistió en sus ruegos y llegó a un acuerdo que dejó satisfechas,
en la medida de lo posible, a sendas partes.
Proserpina volvió a ver
a su madre, para quedarse con ella durante seis meses.
Seis, bajo los
cuales la tierra se volvió fértil, los árboles y cultivos a dar
sus frutos, los campos a colmarse de colores variopintos y la
naturaleza a erguirse en su esplendor.
Seis meses de felicidad para
Ceres, que darían paso a seis meses de pesadumbre, aquellos que
Proserpina pasaría junto a Plutón, meses en los cuales la tierra
perdía su belleza natural, los árboles se desnudaban y la flora
expiraba.
Así año tras año, como una rueda que nunca deja de dar vueltas y vueltas sobre sí misma, impulsada por una única diosa y su mito.
Hermosamente narrado el mito de Prosperina (Perséfone para los griegos), representado con la escultura El Rapto. Muy bello Rosana.
ResponderEliminarGracias Ro por las imágenes bellísimas y la historia atrapante del mito!!
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