De Fogón, Mate y otras Yerbas - Hoy, Pactos con el Diablo - Por Mariana Weingast

Satanás: ¿Qué pides a cambio de tu alma?

Hombre: Exijo riquezas, posesiones, honores, distinciones... Y también juventud, poder, fuerza, salud... Exijo sabiduría, genio, prudencia... Y también renombre, fama, gloria y buena suerte... Y amores, placeres, sensaciones... ¿Me darás todo eso?

Satanás: No te daré nada.

Hombre: Entonces no tendrás mi alma.

Satanás: Tu alma ya es mía. (Desaparece).

 

Pequeña gran lección que le da Satanás al hombre en esta breve lectura con la que arranco esta participación en el fogón amigo y corresponde a un texto llamado «El hombre que pedía demasiado», de Alejandro Dolina. Y no solo a ese hombre, sin nombre ni identificación alguna, sino a cada uno de nosotros. Porque a esta altura de los acontecimientos, pocas dudas me quedan al respecto: todos somos un poquito, siervos del demonio. Y nos gusta.

Y si, el pacto con el diablo es una figura en la que una persona y  Satanás o cualquier otro demonio (o demonios) se ponen de acuerdo: el firmante se obliga a entregar su alma a cambio de determinados favores que varían según el relato, pero suelen referirse a temas como la eterna juventud, el conocimiento, las riquezas, el éxito, el amor o el poder.

Y será por eso que todo lo relativo al “pacto con el diablo” resulta tan atractivo: leyendas, mitos, cine, músicos, se han visto tentados por las garras de ésta figura y de los llamados pactos fáusticos, que atraviesan transversalmente a todo el folklore cristiano, sin distinción de regiones geográficas ni de épocas históricas y que gira en torno a una cuestión cultural muy difundida en la civilización occidental.

Si nos paramos frente al pensamiento de las religiones monoteístas occidentales, la celebración de un trato de este tipo supone la condena eterna del alma o sea que cada vez que leamos o escuchemos acerca de estos acuerdos demoníacos, vamos a estar en presencia de cuentos moralizantes, en los que aquel que transa con el diablo, siempre pierde, y en general de manera despiadada,

Aunque hay un sinfín de relatos que presentan giros en los que el contratante termina engañando al diablo, casi siempre haciendo uso de las facultades que le brinda la letra chica del pacto. Por eso, no cabe duda que para que haya un diablo que se precie de tal, tiene que tener un buen abogado que lo respalde.  

El pacto con el diablo ha tenido una presencia constante en las artes; si nos remontamos a la antigüedad clásica vamos a encontrar diversos mitos que hacen referencia al tema, que excede este texto en dimensión y posibilidades, En ese sentido, a partir de la Edad Media y el Renacimiento, el tema del  pacto con el diablo va a tener un resurgimiento en la literatura occidental con mucha fuerza.

Si bien en un primer momento, se trataba de textos religiosos fantasiosos y  condenatorios, luego, el mito de Fausto le daría un giro transformador. Fausto es el protagonista de una leyenda clásica alemana, un erudito de gran éxito, pero también insatisfecho con su vida, como no podía ser de otra manera, por lo que hace un trato con el diablo, por el cual intercambiaba su alma por el conocimiento ilimitado y los placeres mundanos, convirtiéndose en la base de muchas piezas artísticas de distinto calibre.

Luego, durante el romanticismo europeo, se va a recobrar un carácter más bien moralista aunque con un tono ambiguo, proyectado a la literatura, la pintura y la música, para llegar a la modernidad donde el pacto con el demonio se simplifica y generaliza en el mundo de las artes audiovisuales y en innumerables obras literarias y musicales.

Sin ir más lejos, desde diversos géneros que pueden ir desde el folklore de nuestra latinoamérica, hasta el heavy metal, tienen como protagonista al diablo en general y a los pactos con éste, en particular, y nunca deja de ser un tópico que da mucha tela para cortar, con miradas aterradoras hasta algunas más bien jocosas. Tema a desarrollar en otra oportunidad. 

Desde que se comenzó a difundir la presunta existencia de estos pactos satánicos, muchos artistas y famosos fueron señalados de haber sido partícipes de este ritual, y que su desmesurado “talento”, no era más que un favor del diablo,  el cual fue intercambiado por su alma. A quienes primero se los acusó de haber vendido su alma al diablo fueron una extensa lista de músicos, que por ser tan majestuosos, se consideraba que poseían un talento que no les era natural,  sino que provenía de haber hecho un pacto con el mismísimo demonio.

El ejemplo más destacado es el del violinista italiano Niccolo Paganini, que fue uno de los casos más célebres, incluso él nunca negó esta posibilidad, hecho que incrementó el rumor o mito. También este mito gira en torno otro músico y violinista italiano Giuseppe Tartini, que aseguraba que sus bellas composiciones eran inspiradas por el mismo diablo a través de los sueños.

El guitarrista de blues Robert Johnson fue otro al que se  acusó de hacer un pacto con el diablo, algo muy similar sucedió con el guitarrista de Led Zeppelin, Jimmy Page  sobre quién también existe el mito de que su talento provenía de un pacto satánico, que a juzgar por su estilo de composición y ejecución, estaríamos en condiciones de afirmar que todo ese virtuosismo y magia es obra del mismísimo demonio.

Pero más allá de esa apreciación subjetiva, tal vez la historia en torno a Robert Johnson sea más cautivante,  porque su trayectoria fue muy breve y lo que se ha podido reconstruir de la vida de - según Eric Clapton - “el mejor guitarrista de blues tradicional de la historia”, está llena de lagunas, misterios y ambigüedades, lo que cotiza en alza en la mitología, que forma parte de la leyenda y podría empezar cuando allá por 1936 se va de Robinsonsville, en Mississippi, siendo un mediocre guitarrista, y al año siguiente volvió tocando como ningún otro, tal como lo contó el bluesman  David Honeboy, amigo de Johnson y testigo directo de sus hazañas con la guitarra  en una entrevista para el diario británico The  Guardian.


La leyenda dice que fue un pacto con el diablo el que lo convirtió en un superdotado de la viola luego de un encuentro que habría tenido lugar en el cruce de la actual autopista 61 con la 49 en Clarksdale (Missisipi), cercano a la plantación de algodón Dockery, hecho que , si bien nunca fue desmentido, tampoco comprobado, pero la cuota de interés que le da a éste artista traspasa generaciones de amantes del género y otros músicos que lo tienen como un referente incontrastable.

En ese tren del relato, Johnson le habría entregado su guitarra a un enorme hombre negro al que esperó hasta la medianoche, y cuando este misterioso sujeto volvió, le devolvió la guitarra afinada para desarrollar sus nuevas y sorprendentes habilidades con tan solo deslizar sus dedos por las cuerdas para interpretar el mejor blues de la historia.

Claramente ese negro habría sido el mismísimo diablo, que hizo su magia gracias a la cual el bueno de Robert pudo tocar por todo el sur de Estados Unidos de una manera impensada, de ciudad en ciudad. Y lo interesante es que quienes habían tenido la oportunidad de presenciar su arte decían que tenía algo mágico que cautivaba y sorprendía al público con su música y su guitarra que sonaba como si fueran dos, su voz que podía cambiar de formas, sus ojos fijos que miraban como poseídos, llegándose a decir que se veían como si destellaran una luz roja.

La letra de las canciones trataban sobre desesperación religiosa y demonios interiores, y para más datos, dos de sus mayores éxitos hacían referencia expresa a ese supuesto pacto. En el tema “Crossroad Blues” se habla de un cruce de caminos que muchos consideran como el lugar señalado para celebrar el acuerdo, y la letra de  “Me and the devil blues”, dice: “Early in the morning, when you knock at my door, Early in the morning, when you knock at my door, I said Hello Satan, i believe it’s time to go”. (Temprano en la mañana, cuando golpeas a mi puerta, digo Hola Satán, creo que es tiempo de partir).

En uno de los tantos conciertos que dio,  lo descubre un promotor musical, y entre noviembre de 1936 y junio de 1937, llegó a componer y grabar 29 canciones, algunas con tan solo dos tomas, las que junto a dos simples fotografías, son el testimonio palpable de su paso por este mundo. Una de las leyendas dice que Johnson hizo las grabaciones con su guitarra Gibson medio destruida y de la que no se separaba jamás, de cara a la pared.

Los directivos del estudio corrieron el rumor que eso era así era para que no le vieran los ojos poseídos al cantar, aunque algunos músicos decían que era porque se lograba una mejor acústica de ese modo. Muchos testigos le atribuyeron extraordinarias habilidades, como por ejemplo, tras una tarde de charla, con la radio de fondo y Robert sin prestar atención a la música, era capaz al día siguiente de reproducir cada canción por orden y nota por nota. Algo nunca visto.

Su leyenda aumentaba y un numeroso público lo iba a ver atraído por el despliegue de su guitarra  y por el morbo en torno a su personalidad, que era  cada vez más esquiva y lo llevaba a tocar en casi en la penumbra, sospechándose que lo hacía para que no se viera su manera de puntear la guitarra, o de desaparecer en medio de una actuación sin dejar rastros. Su vida iba frenéticamente de un lugar a otro, sin establecerse en un punto fijo, como si huyera constantemente. Buscaba un amor en cada ciudad, tocaba en un escenario y desaparecía sin más. 

Una de esas noches, en el local “Three Forks” en el que iba a presentarse, le dieron de beber whisky de una botella abierta, y si bien uno de los músicos que lo acompañaba se la sacó y la rompió advirtiéndole que nunca aceptara tal invitación, cuando le ofrecieron otra, lo hizo y bebió lo que sería su último trago, envenenado con estricnina, que le provocaría la muerte días más tarde.


Esa noche del 13 de agosto de 1938, en Greenwood, Carolina del Sur, cuentan que Robert Johnson tuvo la no tan buena idea de seducir a la mujer del dueño del bar. 

O es que tal vez el diablo le haya cobrado su supuesta deuda.

Hay una gran cantidad de bibliografía y biografías al respecto de este artista que fue la inspiración de una incontable cantidad de los músicos más talentosos y reconocidos, y muchas menciones en el cine, acerca de los misterios que lo rodearon. 

Recomiendo La Encrucijada del Diablo, capítulo de la serie ReMastered, de Netflix dedicada al guitarrista. Es una historia que se reconstruye con el escaso material que hay, como los testimonios de su nieto, algunos bluesmen y otras leyendas de la música, como  Keith Richards. Para recrear algunos de los pasajes de la vida de Johnson, se recurre a animaciones, que le dan un tono onírico a la historia. Vale la pena verla.

Por hoy, esto termina acá, con "Me and the Devil Blues".


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