Roberto Mouras, orgullo de Carlos Casares - Por Sergio M.
(En
este espacio rescataremos hechos y personajes de nuestro deporte, injustamente
olvidados y relacionaremos sus historias con algunas elecciones musicales
-bastante eclécticas por cierto- que ilustren las narraciones).
Nací y me crié en Carlos Casares. La vida universitaria primero, y la profesional después, me llevaron hacia otros destinos.
Siempre se cuentan anécdotas de argentinos en el exterior
en las que el protagonista decía de dónde era y, el interlocutor, cualquiera
fuera el lugar del mundo en que se encontraran, le respondía un simple -Ah,
Maradona. Pues bien, eso mismo, en la escala correspondiente me sucedió un
montón de veces cuando decía mi origen y la gente me respondía, -Ah, el pueblo
de Mouras.
Transcurridos unos años desde mi primera partida, el tiempo
y algunas circunstancias familiares fueron haciendo lo suyo: fallecieron mis
abuelos y mis padres se mudaron a un lugar cercano a mí. Eso hizo que pensara
que mis lazos con el terruño se habían acabado. Pero no. La vida siempre da
lecciones en momentos en que uno menos lo espera.
El domingo 22 de noviembre de 1992, como tantos otros
domingos, preparaba la salsa para los ravioles, mientras escuchaba la carrera
de Turismo Carretera por la radio, más por costumbre heredada que por verdadera
pasión automovilística.
Y de repente, el accidente, la espera interminable hasta la
confirmación de la noticia que ya se intuía por el tono de voz de los
periodistas: Roberto José Mouras había muerto en el circuito semipermanente de
Lobos, mientras punteaba la carrera.
Luego de eso, el llanto, el llamado a familia y amigos,
buscando compartir la pena y hallar algo de consuelo, todo motivado por la
muerte no sólo de un ídolo de la infancia, por el que uno siguió hinchando aún
sin proponérselo, y alegrándose por sus éxitos como si le pertenecieran, sino
por la ausencia definitiva del personaje que marcó un sentido de pertenencia
con aquel -Ah, el pueblo de Mouras.
Esta es la demostración de la conexión de cada uno con su propia historia -en especial con
nuestro lugar de origen- que permanece
inalterable a través del tiempo.
Por todo ello, como homenaje al ídolo del pago chico, me
propongo hoy recordar al “Toro”, como lo que fue, un gran tipo, amén de un excelente automovilista.
Orgullo de Carlos Casares, el recuerdo de su estampa y de
su tranquilidad campechana, aún perdura
en el corazón de quienes aman el automovilismo, pero muy especialmente en el de
los hinchas de Chevrolet, marca con la que se lo identificó desde joven y a la que volvió por pedido propio en
el momento en que era casi invencible a bordo de una Dodge.
Por esa razón y por su indudable capacidad conductiva, Mouras
es considerado un emblema de la última etapa genuina del Turismo Carretera. La
que ponía a sus miles de seguidores en las banquinas de las rutas, la que encolumnaba
a todo un pueblo detrás del auto, la que
mantuvo viva y acrecentó la llama de la
pasión que supieron encender los precursores de la etapa clásica, como Fangio,
los hermanos Galvez, los hermanos Emiliozzi y otros, nombres junto a los que el de Mouras se
encuentra grabado por derecho propio.
La estadística registra que debutó en el automovilismo en
categorías zonales en 1966 y no fue sino hasta el año 1969 en que pudo
desembarcar en el TC para comenzar a escribir su historia. Lo hizo logrando un
meritorio 9º puesto en La Vuelta de Chivilcoy
Luego de unos años de correr con un Torino con preparación
propia, con el que lograra resultados sorprendentes en virtud de las
diferencias existentes con los equipos oficiales, en 1974, decide adquirir un
Chevrolet, pasando a formar parte del equipo oficial General Motors como 3er
hombre, detrás de Carlos Marincovich, y Jorge Martínez Boero.
Los resultados deportivos obtenidos en el año 1975,
determinaron que finalizara el campeonato en el 7mo. puesto, por lo que,
reglamentariamente debió utilizar el número 7 en 1976.
Este número y los colores con que estaba pintada la coupé
Chevy dieron origen a uno de los motes más conocidos en el automovilismo nacional;
es que como el auspiciante del auto era la marca de whisky Old Smugler, el
mismo estaba pintado de dorado (color de la etiqueta de la botella), por lo que
quedó en la historia como el 7 de oro.
Con este auto, Mouras logró la marca del mayor número
consecutivo de victorias en la categoría, con 6 triunfos en fila, marca que no
ha sido superada aún, al ganar en Bahía Blanca, Monte, Olavarría, Gran Premio del Llano y nuevamente Monte y
Olavarría.
No obstante esta seguidilla, no pudo lograr el campeonato
que finalmente quedó en manos de Héctor Gradassi, gracias al poderío del equipo
oficial Ford y a algún cambio
reglamentario de último momento por el cual se decidió modificar la puntuación
de la última carrera del año.
Cuando en 1981 los preparadores Omar Wilke y Jorge
Pedersoli decidieron armar un Dodge de TC le ofrecieron la conducción del mismo
a Mouras, quién aceptó a sabiendas de que esta marca era la que dominaba
aerodinámicamente la categoría. Lo hizo con todo el dolor del mundo, Mouras debió dejar a "su" marca para volver
a ser competitivo.
Esta decisión lo llevó finalmente a obtener el
tricampeonato de Turismo Carretera en los años 1983, 1984 y 1985, destacándose
la marca de nueve triunfos en la temporada obtenidos en el segundo de los
campeonatos que lograra.
Ni la cantidad de victorias y títulos acumulados, ni la
fama alcanzada, pudieron cambiar su personalidad, ni torcer su destino de
leyenda deportiva, la que reconoce un plus de fidelidad a una marca que ya no
se encuentra en la actualidad.
Nunca tuvo una actitud de desplante ni pronunció declaraciones
altisonantes. Tranquilo y respetuoso, llegó a sentirse culpable -sin admitirlo-
por ganar con otra camiseta. Su espíritu chacarero le pedía una vuelta a los
orígenes afectivos. "¿Y si armamos un Chevrolet?", les propuso a sus
preparadores, Omar Wilke y Jorge Pedersoli, en el pináculo de su campaña. No
pudieron decirle que no. Los nombres de sus rivales (Castellano, Angeletti,
Satriano, Bessone, Aventin, Morresi) eran otros. Las exigencias, también. Le
costaba más ganar, pero cada éxito lo disfrutaba el doble.
El 22 de noviembre de 1992 marchaba primero en el
semipermanente de Lobos, con 30/100 de ventaja sobre el Chueco Romero. En la
vuelta 10, mientras transitaba por la ruta 205, el reventón de un neumático hizo
que perdiera el control de su auto. El
Chevrolet N° 9, fue a dar de lleno contra un talud erigido a un costado de la
ruta, con tal violencia que, inmediatamente las dudas sobre las consecuencias
del accidente se apoderaron de los presentes. Luego de unos minutos llegaría la
confirmación de la trágica noticia del final que muchos tardaron en aceptar.
Ese fue el final para la carrera deportiva y la vida de un
ídolo popular que se transformaba en mito. Incluyendo la propia carrera de
Lobos en la que fue declarado ganador post mortem ya que había pasado primero
al final de la vuelta previa a la del accidente, Roberto José Mouras, logró 50
triunfos en el Turismo Carretera entre 1976 y 1992, marca que en el historial
sólo supera Juan Gálvez, con 56. De esos éxitos, obtuvo 28 con Dodge y 22 con
Chevrolet. Como ya quedó dicho, gano tres campeonatos de Turismo Carretera y
aún conserva el record de 6 triunfos logrados en forma consecutiva en la más
popular de las categorías del automovilismo nacional.
Tiempo después, se supo a nivel nacional de
su obra solidaria en comedores comunitarios y escuelas necesitadas, de las que
jamás hizo mención pública. Fue el último acto de conducta de quien se había
inmolado en la caprichosa búsqueda del título sobre una Chevy. Ese que nunca
llegó, pero que a la vez nadie le reclamó para venerarlo como lo merece, gracias
a su admirable calidad conductiva.
Para
finalizar musicalmente estas líneas, rescato la actitud de Mouras cuando en su
apogeo decide volver a la marca de sus amores. ¿Y si armamos un Chevrolet?
cuentan que les preguntó a sus preparadores. Y yendo poco más allá, pienso en el momento en que éstos se lo
entregaron para realizar las pruebas de ruta y luego de los ajustes del caso, Roberto
logró tener un auto en condiciones. En ese instante, creo que, acelerando en
vacío, pensó: -qué bien suena "MI NUEVO CHEVROLET”.
O tempora o mores este recuerdo retrotrae a épocas de gloria del automovilismo. Se corría no en pistas sino en carreteras donde la gente se agolpaba para ver por pocos segundos al preferido de su marca, los Galvez, Fangio, Emiliozi, Marcilla, Marimon y tantos otros. Podemos decir que Mouras marcó una época y su muerte fue llorada por toda la afición fierrera. Recuerdo cuando éramos chicos que la pasión por este deporte se demostraba en los cordones de las veredas donde todos teníamos un auto "preparado" para tal fin, con masilla debajo del chasis y algún contrapeso al que como último toque le sacábamos a la vieja o a la tía el esmalte de uñas para pintarlo y lucirlo ante los demás. Puede ser que sea un romántico pero el TC no es el mismo.
ResponderEliminarNunca me gustó ( no me disgustó, sólo me fue indiferente) el automovilismo. Pero me pareció excelente este "homenaje" que le hacés en el blog. Sí conocía a Mouras, pero no sabía que lo habían declarado ganador post morten en su carrera final ( en todos los sentidos). Genial!!
ResponderEliminarExcelente artículo! Esos tiempos del TC fueron los que marcaron el cariño por el automovilismo también. Recuerdo aquel domingo,y los días siguientes sin comprender (o querer negar) lo ocurrido con "El Toro"
ResponderEliminarPD : Como un ave extinto,como un árbol, como a Mouras en este caso, mientras se lo recuerde sigue vivo!
Muy buena nota. Habla muy bien del autor el recordar estas cosas después de tantos años. Gracias.
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