Una pelea que se hizo cuento (y el cuento) - Por Sergio M.
(En este
espacio rescataremos hechos y personajes de nuestro deporte, injustamente
olvidados y relacionaremos sus historias con algunas elecciones musicales
-bastante eclécticas por cierto- que ilustren las narraciones)
Hoy nos iremos hacia atrás, al 9 de febrero de 1974, día en el que el pugilista santafecino Carlos Monzón realizó una de las tantas
defensas exitosas de su título de campeón del mundo de peso mediano. En esa
ocasión lo hizo derrotando por abandono en el séptimo round a quien era hasta
entonces campeón del mundo de la categoría welter, José Ángel
“Mantequilla” Nápoles. La pelea se llevó
a cabo en París y fue organizada nada más y nada menos que por Alain Delon.
Hasta ahí lo que
podría ser una crónica de simple recuerdo de un hecho deportivo. Pero de
aquella velada en la ciudad luz, quedó no sólo el recuerdo de dos grandes
boxeadores, sino también una pieza literaria fuera de lo común. A pesar de no existir seguridad acerca de su
presencia entre los miles de espectadores del combate, lo cierto es que Julio
Cortázar engendró un cuento policial en el que mezcla la trama literaria una
excelente descripción de la pelea.
"Había
llovido la noche anterior y la gente no se apartaba de los tablones, ya desde
la salida del metro orientándose por las enormes flechas que indicaban el buen
rumbo y Monzón-Nápoles. A todo color. Vivo, Alain Delon, capaz de meter sus
propias flechas en el territorio sagrado del metro aunque le costara plata...”
Aquel día, el mundialmente
conocido actor francés logró juntar en
el ring a los dos campeones mundiales de mayor prestigio en ese momento. Es
que, en tiempos en los que sólo existían como entes rectores del boxeo, el Consejo Mundial y la Asociación Mundial, los
dos protagonistas del encuentro eran los
campeones reconocidos por ambos organismos. Mantequilla, de origen cubano y nacionalizado mexicano, era el mejor
en su categoría y debió subir de peso para enfrentar a Monzón, campeón de los peso
mediano.
"La gente se divertía sobre todo con lo que pasaba fuera
del ring, la llegada de un
espeso grupo de mexicanos con sombreros de charro pero vestidos como lo que debían ser, bacanes capaces de
fletar un avión para venirse a hinchar
por Mantequilla desde México, tipos petisos y anchos, de culos salientes y caras a lo
Pancho Villa, casi demasiado típicos, mientras tiraban los sombreros al
aire como si Nápoles ya estuviera en el ring, gritando y
discutiendo antes de incrustarse en los asientos del ringside".
La pelea se hizo en una carpa de circo, montada en las afueras
de París. La totalidad de las localidades puestas a la venta se agotaron en un par de días.
"... Era como si Mantequilla comprendiera que su única
chance estaba en la pegada, boxearlo a Monzón no le serviría, como siempre le había servido, su maravillosa velocidad… Monzón entraba y salía... Mantequilla cansado, tocado, batiéndose con todo frente al sauce de largos brazos que otra vez se hamacaba en las sogas para volver a entrar arriba y abajo, seco y preciso".
Aquella resultó una magnífica pelea de Monzón, casi una
exhibición deslumbrante y, a partir de la cual, el mundo empezó a considerarlo
seriamente como uno de los peso mediano de la historia del box. El castigo que
le propinó a Napoles fue extremadamente duro,
el cubano-mexicano resistía como podía mientras Monzón, metódicamente, lo demolía en pie.
"Los hinchas de Nápoles lo alentaban casi como
despidiéndolo... Monzón buscaba la pelea y la encontraba entrando en la cara y el cuerpo mientras
Mantequilla apuraba el clinch como quien se tira al agua, cerrando los ojos. No va a
aguantar más. Monzón esperando para volver con un gancho exactísimo en
plena cara, ahora las piernas, había que mirar sobre todo las piernas... resbalaban de lado o hacia atrás, la cadencia perfecta... Eso es un campeón. Carlitos, carajo… Todo el mundo parado a la espera de la campana del séptimo
round, un brusco silencio incrédulo y después el alarido unánime al ver la toalla en la lona, Nápoles siempre en su rincón y Monzón avanzando con los guantes en alto, más campeón que
nunca, saludando antes de
perderse en el torbellino de los abrazos y los flashes. Era un final sin belleza pero indiscutible, Mantequilla
abandonaba para no ser el punching-ball de Monzón…".
Después de la pelea, con Monzón en el incómodo camarín que se había
montado en una casa rodante, y dada la cantidad de gente agolpada a las puertas
del mismo, las autoridades no pudieron hacerse con el material necesario para realizar el análisis de orina del argentino, que luego se fue al hotel y a una cena de
festejo. Se dice que los dirigentes esperaron a Monzón hasta las tres de la
madrugada, a la salida del restaurante. Orinó en un vaso y no en el frasco que
le traían los encargados de tomar la muestra, por lo que la prueba no sirvió. A
esto le siguió, primero una multa y luego el retiro del título por parte del
Consejo Mundial (la asociación no se lo quitó). Más tarde lo recuperaría ante Rodrigo Valdez, pero esa es otra
historia.
Hasta aquí el recuerdo de esa noche inolvidable y de un maravilloso Cortázar, que,
como todos los que sabían de boxeo, vieron como Carlos Monzón, vapuleó a su
rival desde que gritaron “segundos afuera”.
Y precisamente, “Segundos afuera” nos interpreta Tabaré
Cardozo con la participación en los coros de sus amigos de la murga Agarrate
Catalina, de la que supo ser creador, compositor, libretista y director escénico.
Y para los que prefieran a Cortázar le dejamos “La noche de Mantequilla” en dos
versiones, para leer y para escuchar en la voz del gran Alejandro Apo.







Y yo me lo imagino hecho programa de radio, me vuelo al estudio y lo cuento ahí! Muy bueno!!
ResponderEliminarFue paliza Mantequilla estaba destruido, tiempo después tomo revancha con otro campeón argentino de su categoría cuyo nombre no recuerdo solo que era oriundo de Tucuman y al que vi mucho tiempo después en un colectivo demostrando que las piñas no son vitaminas
ResponderEliminarMuy lindo texto, de una historia inolvidable para esa Argentina que supo tener entre sus máximos ídolos a aquellos fantásticos campeones de boxeo, algo impensado en nuestros días. La memoria no me trae el recuerdo de esa pelea, nací en 1968, pero sí la dramática, sangrienta y épica entre Víctor Galíndez y Ritchie Kates, en 1976. Pero ésa, ésa se las cuento yo por acá algún día de estos.
ResponderEliminarExcelente recuerdo de una época en la que se paraba el país para ver las peleas de estos campeones (para que los jóvenes lo dimensionen, es como lo que pasa ahora cuando la selección de fútbol juega un partido en un mundial. Y qué decir de Cortázar!!!!
ResponderEliminar