¿LA MALA VICTIMA, NO ES VICTIMA? Por Lic. Carolina Beresi

Son innegables las dificultades y los múltiples obstáculos que deben enfrentar las mujeres cuando reclaman justicia.

Estas dificultades aparecen con mayor vigor cuando se busca alguna reparación luego de haber sufrido cualquiera de las violencias de género que pueden presentarse en la vida de una mujer. ¿Por qué?

Fundamentalmente, porque primero hay que lograr atravesar un gran filtro para ser considerada como víctima de violencia de género, lo que no todas pueden conseguir. Porque para lograrlo hay que responder a cierta imagen simplificada de víctima muy específica, difundida y aceptada socialmente.

Está claro que las víctimas son siempre personas que han sufrido un daño y ese daño se considera inmerecido. Sin embargo, estos modelos utilizados para identificar a las víctimas de violencia de género se basan en la idea de que quien sufre el daño, debe ser y actuar de una manera determinada.

Quienes pretendan ser consideradas víctimas deben mostrarse y comportarse respetando su rol de género, mostrando su fragilidad, delicadeza, indefensión. La idea de víctima requiere mujeres frágiles, evidentemente afectadas por lo sucedido y (en lo posible) sin historia sexual.



De ninguna manera deben tener una vida social y mucho menos sexual activa o mostrarse como sujetas deseantes y deseables. Por el contrario, la verdadera víctima no tiene un perfil público, no sale de noche, no bebe, no se viste de manera provocativa, no publica o envía fotos o videos de contenido erótico o sexual.

Se entiende que la verdadera víctima es sufriente y que nunca llega a superar totalmente el dolor que le ha causado la agresión.

Intervienen para ello muchos factores que, en la formación de las mujeres, nos indican cual debe ser siempre nuestro comportamiento. Son muchos los formadores que legitiman un determinado rol de género aceptado: familia, escuela, religión, medios de comunicación, publicidades, cuentos infantiles, cine, televisión, músicas, etc.

Cuando la víctima no responde totalmente al estereotipo de buena víctima, se impone la idea de que de alguna manera “se lo ha buscado” y que es, al menos, en parte, responsable de lo que le ha sucedido.  Entonces, aunque las leyes no lo establezcan así, todo el peso de la prueba queda del lado de la víctima, quien debe demostrar con su historia personal, con su forma de vestir, con su manera de hablar, de divertirse, con su historia sexual y con su respuesta  (o mejor dicho, su falta de respuesta) a la agresión, que realmente es víctima y que no es la causante primaria del daño sufrido.

Nora Dalmasso, Melina Romero, María Soledad Morales, Alicia Muñiz, Lucia Pérez, Ángeles Rawson. Carolina Aló, Wanda Tadei, Eli Verón, Micaela García, Tamara Zalazar. Todas distintas. Todas víctimas, pero todas con un tratamiento diferente, donde algunas de ellas eran merecedoras de justicia mientras que otras tenían una biografía que las volvía merecedoras de lo que les había sucedido.

La experiencia que tenemos con los casos en que mujeres asumen una actitud de vida distinta a la esperada es muy clara. Los juicios y prejuicios existentes determinan la forma en que se instala lo sucedido en la sociedad, la manera en que se informa a través de los medios de comunicación, los aspectos que se remarcan y los que quedan invisibilizados.

"…Estar acomplejada, he aquí algo femenino. Eclipsada. Escuchar bien lo que te dicen. No brillar por tu inteligencia. Tener cultura justa como para entender lo que un guaperas tiene que contarte. Charlar es femenino. Todo lo que no deja huella. Todo lo doméstico se vuelve a hacer cada día, no lleva nombre. Ni los grandes discursos, ni los grandes libros, ni las grandes cosas. Las cosas pequeñas…”

“…se trata simplemente de acostumbrarse a comportarse como alguien inferior…”

La escritora francesa Virginies Despentes, ha sido violada y se convirtió en una sobreviviente con todo lo que esa palabra implica. En su libro “Teoría King Kong” narra toda su experiencia y hace una descripción muy rigurosa de lo que se espera de una mujer:

Podemos ver que todas aquellas mujeres que llevan su vida como pueden, con las herramientas que tienen y tratando de decidir por sí mismas, pagan en algún momento su osadía.

Nos basta con pensar en Melina Romero o Lucía Pérez para darnos cuenta cómo operan estos estereotipos en el reconocimiento o no de alguien que ha sido víctima de violencia de género. El tratamiento que hicieron los medios en el caso de ambas fue lamentable, se centraban en aspectos de su vida privada, sus hábitos, sus preferencias.

Melina fue descripta como una “fanática de los boliches que abandonó la secundaria”, refiriéndose a ella como una chica Ni-Ni (no estudia ni trabaja), se mostraban imágenes de sus redes sociales con poses provocativas como una prueba de promiscuidad.




Con Lucía surge, además, el morbo sin frenos. Se describen aspectos de su vida privada que estaban destinados a generar la idea de que ella se lo estaba buscando. Se hace hincapié en todos los detalles de su feminicido de la manera más escabrosa: drogada, violada y empalada, con descripciones minuciosas de las atrocidades que sufrió antes de ser asesinada.

“…No hablar demasiado alto. No expresarse en un tono demasiado categórico. No sentarse con las piernas abiertas. No expresarse en un tono autoritario. No hablar de dinero. No querer tomar el poder. No querer ocupar un puesto de autoridad. No buscar el prestigio. No reírse demasiado fuerte. No ser demasiado graciosa...”.

“…Pero beber: viril. Tener amigos: viril. Hacer el payaso: viril. Ganar mucha pasta: viril. Tener un coche enorme: viril. Andar como te dé la gana: viril. Querer follar con mucha gente: viril. Responder con brutalidad a algo que te amenaza: viril. No perder el tiempo en arreglarse por las mañanas: viril. Llevar ropa práctica: viril. Todas las cosas divertidas son viriles, todo lo que hace que ganes terreno es viril…”

Despentes también se refiere a las conductas de las mujeres que no son aceptables socialmente y nos describen a la “mala víctima”:

Este mecanismo busca reforzar la idea de que aquellas chicas que asuman actitudes que en los varones son vistas como atributo sean culpabilizadas por ello. Es una estrategia de construcción de la “mala víctima” que busca reprobar a quienes se muestran autónomas y que intenta descalificar y desacreditar a la mujer mediante la utilización de aquellos aspectos de su vida que resultan políticamente incorrectos o cuestionables.

Esta estrategia se fortalece con los procesos de revictimización institucional, donde se insiste en la repetición de lo sucedido, haciendo revivir a la víctima una y otra vez (de manera totalmente innecesaria) el hecho denunciado.

Es importante tener en cuenta que estos estereotipos también actúan en la construcción de la propia subjetividad de las mujeres. Es habitual escuchar que se siente culpa por haber cruzado el límite que durante toda la vida y por todos los medios se le ha marcado con énfasis.


Las víctimas pueden llegar a cuestionarse si realmente han sido víctimas, porque consideran probable que ellas mismas hayan propiciado (con su conducta, su vestimenta, el entorno y amigos, los hábitos), que se produzca la situación en cuestión. Habiendo mujeres que, muchos años después, logran darse cuenta de que en alguna oportunidad han sido víctimas, aunque en su momento lo negaron.

A pesar de que parece que es clara la obviedad de que las víctimas no son todas iguales, que cada una es distinta. Que cada historia de vida es incomparable y también su historia familiar. Que es diferente su condición socio – económica, su pertenencia o no a determinada minoría social. Que varían las edades y la posibilidad de contar o no con red de contención. Cada víctima tiene variadas estrategias de supervivencia ante las dificultades que enfrenta y su nivel educativo también es distinto.

Todos estos aspectos pueden combinarse hasta el infinito en cada mujer, dando lugar a que surjan un sinfín de formas de vida, muy distintas unas de otras, aunque sigamos  insistiendo en querer analizarlas de manera automática y mecánica.

Pretender igualar todas las situaciones de violencia de género y así como su impacto en quien lo ha sufrido, estandarizando a las víctimas, solo nos sirve para validar social y  también judicialmente un tipo de víctima, “la víctima ideal”, contraponiéndola a las víctimas que no encajan en dicho estereotipo y colocándolas en una situación de desventaja jurídica mediante la empatía selectiva.   

Estas estrategias no son inocentes, tienen un objetivo muy claro. Se descalifica a quien no encaja y se establece un efectivo mecanismo disciplinador, que intenta reubicar a la mujer en un lugar del que no debería haberse salido.




 

Comentarios

  1. Siempre es necesario visibilizar esta pandemia de los femicidios (gran parte de la sociedad mirando para otro lado) ya estaba mucho antes que esta pandemia que nos toca transitar.
    Muchas gracias.

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