"GARRAFA SANCHEZ Y LA PERCEPCIÓN DEL INFINITO" - Por Cherco Smietniansky
La historia que les voy a contar sucedió el 19 de Mayo del año 15 después del gol de Maradona a los ingleses, año 2002, según el otro calendario.
Ese
día se jugaba la última fecha del Torneo Clausura de la Primera División del
Fútbol Argentino. El campeonato ya estaba resuelto, los descensos y uno de los
lugares en la promoción también. Es decir que lo único que restaba definir era
el segundo cupo de la tan temida promoción, que obligaba a revalidar la
permanencia en la máxima categoría en un cruce idea y vuelta frente a un
conjunto del Nacional B.
Dos
equipos caminaban por la cornisa, uno era Banfield y el otro Lanús, es decir
los históricos rivales del Clásico del Sur.
Los
papeles del fixture favorecían claramente a Lanús, ya que enfrentaba al ya
descendido Argentinos Juniors. Banfield en cambio, recibía en su estadio a
Independiente, que si bien venía haciendo una pésima campaña, no dejaba de formar
parte de esa élite de 5 equipos a los que se suele denominar como
"grandes".
Banfield
tenía a su favor dos cosas, la primera es que si ganaba no dependía de otros
resultados y la segunda era la historia, esa constatadora impiadosa que señala que en cualquier tiempo, lugar y
circunstancia que se vean enfrentados Banfield y Lanús, el saldo favorable
suele inclinarse para el lado del conjunto alviberde. Pero ya lo dije, el
enfrentamiento no era mano a mano y había que ver si el historial entre ambos
vecinos se seguía agrandando en pos del conjunto del sur que queda más al sur.
Las
cosas -como eran previsibles- arrancaron mal para el Taladro. Mientras que
Lanús antes de finalizar el primer tiempo ya iba ganado su partido con suma
tranquilidad, Banfield andaba a los tumbos y comenzado el segundo tiempo se
encontraba con un 0-1 abajo en el
marcador.
Todo
era incertidumbre en el estadio Florencio Sola,
hasta ese preciso instante en que pasó lo que pasó. Una jugada de ataque
de Banfield fue cortada con una brusca infracción a unos dos metros del área
del Rojo; el referí no dudó y cobró el
tiro libre.
La
10 del Taladro la vestía José Luis "Garrafa" Sánchez, un
alquimista de nuevo tipo que había descubierto en un potrero los
elementos constitutivos del universo.
A
diferencia de los viejos hechiceros de la alquimia que aspiraban a convertir la materia en oro, Garrafa utilizaba sus
artes esotéricas para transformar la pelota en gol.
Por
ende los conocedores de su magia
sabíamos que si había un tiro libre lo pateaba Garrafa y si lo pateaba
Garrafa era gol.
Mientras
el arquero de Independiente armaba una extensa barrera y se ubicaba en las
proximidades de su palo derecho, Garrafa luego de acomodar la pelota, hizo un gesto
premonitorio. Extendió su brazo derecho en dirección al arco rival y señaló un
punto en el horizonte con su dedo índice, como queriéndonos mostrar el lugar
exacto donde se encuentra el infinito. Luego hizo un trote corto y suave de
esos que cualquier cronista deportivo carente de sensibilidad artística lo
describiría como "en cámara
lenta".
Pero
fue mucho más que eso, ya que en
realidad lo que hizo fue comenzar a suspender el transcurso del tiempo. Su
zurda mágica acarició a una pelota que emprendía viaje hacia un destino
inevitable. En ese instante dio la sensación que el mundo se detuvo, como si
ese esférico no fuese una pelota sino el mismísimo Aleph del que hablaba Jorge
Luis Borges. Sí, el Aleph; ese punto que concentra todos los puntos y que al
mirarlo se puede ver en un instante la totalidad del universo.
Quienes
estuvimos ahí contemplamos en un
segundo, todos los segundos de la historia, o mejor dicho todos los segundos de
nuestra historia, ya sea en pasado, presente o futuro.
Supimos
que esa tarde ganábamos el partido, que nos quedábamos en Primera y condenábamos al Grana a jugar la promoción.
Nos vimos clasificando a Copas Internacionales y también
arruinando los festejos del título vecino bajo un diluvio de goles. Y
por sobre todas las cosas, traspasamos todos los límites de la felicidad al
reconocernos un 13 de diciembre de 2009 dando la vuelta olímpica en la
mismísima Bombonera. Lo vimos todo, lo vivimos todo, lo sentimos todo. Fuimos
eternos por un segundo y nos siguió sobrando tiempo.
En
eso estábamos cuando el universo y la pelota recobraron movimiento. La esfera
de cuero cocido se coló en el ángulo derecho del arco, inflando la red hasta ese infinito que
acabábamos de ver.
La
hinchada estallaba de emoción envuelta en el más ensordecedor de todos los
gritos sagrados, el grito de gol.
Garrafa
miró a la tribuna sonriente, sabiendo que a veces un gol es un Aleph, es decir un instante de eternidad.
Con
el tiempo, supimos que no habíamos visto todo, sino tan solo casi todo.
Siempre
tuve la duda de porque Garrafa hizo eso, si él no era de guardarse nada. Tal
vez fue para no entristecernos por su anticipada partida o para confirmarnos
que el futuro no está escrito y que la muerte es tan solo una circunstancia inevitable, pero incapaz de
hacer olvidar ciertas vidas infinitas.
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