Cuadernos de un viajador - Estados Unidos - por Mariano Saravia
Humildemente, desde Fogón y Mate tenemos la alegría de presentar un libro, que vamos subiendo por capítulos una vez por semana, todos los días viernes. Hoy va el Capítulo III de XII.
Chicago
2014
Llegamos a
Chicago en un auto alquilado el día de Halloween, y nos hospedamos
en un hotel del barrio de Rosemonte, cercano al aeropuerto O`Hare.
Eso fue porque los hoteles más céntricos eran imposibles por el
precio. De todos modos, siempre hay que considerar como fundamental
que el hotel esté cerca de una estación de subte (metro).
Así, con
un viaje de entre media hora y 45 minutos, se está en el centro por
más ciudad grande de la que estemos hablando.
Otra recomendación
importante es comprar un abono por varios días, para ahorrar un
poco, porque hay bastante diferencia entre un pase por tres o cinco
días y un boleto único, que puede llegar a costar entre dos y tres
dólares. Tampoco es recomendable moverse en auto, por el caos de
tránsito y por lo caro del estacionamiento.
En definitiva, el
subterráneo es lo mejor. Eso sí, hay que evitar los horarios pico,
que son entre las 7 y las 9 de la mañana y entre las 5 y las 7 de la
tarde.
En esos
horarios, los vagones van tan llenos como en cualquier capital
sudamericana.
Miro por la ventana del hotel y ha empezado a
nevar. Una nevada no muy tupida pero anticipada para la época del
año. En este otoño que camina aceleradamente hacia el invierno, los
árboles fueron virando del verde al amarillo, luego al naranja, al
rojo, al ocre y ya a esta altura están quedándose pelados. Sobre
ellos caen los copos. Pero más allá de eso, hoy todo vuelve a ser
de un naranja fuerte, prepotente. Porque hoy es Halloween y todo, absolutamente todo, se viste de naranja furioso y de negro.
Calabazas
por todos lados, casas y negocios decorados, y gente disfrazada
haciendo sus compras o un trámite en el banco. Es una de las fiestas
más importantes del año, junto con la de Acción de Gracias en
noviembre y la Navidad.
Dejo asentados algunos datos que pueden llamar
la atención, como para dimensionar la magnitud del fenómeno social.
Según la Oficina de Censos de Estados Unidos , en el país hay unos
40 millones de niños de entre 5 y 14 años, de los cuales alrededor
de 30 millones salen esa noche a la calle disfrazados y golpean un
promedio de cuatro puertas con el clásico “treatortrick” (dulce
o truco).
La
Asociación de Casas Embrujadas calcula para hoy una venta de
entradas de alrededor de 500 millones de dólares, mientras que la
inversión anual total llega a unos 50 millones de dólares. El
negocio es redondo, como las calabazas usadas para ahuecar y dibujar
caritas caladas que luego se iluminarán por dentro con una velita.
Cada año se destinan a la fiesta unos mil millones de calabazas, lo
que representa el 80 por ciento de su cosecha anual y ganancias de
113 millones de dólares.
Pero las
golosinas son el centro de atención. La industria del rubro destina
el 10 por ciento de su producción anual para estas fechas, lo que
representa 2.000 millones de dólares.
Ni los
animales se salvan, y en concepto de disfraces para mascotas se
gastan cerca de 400 millones de dólares. El más popular obviamente
es el de calabaza, y hay desde para perros hasta para caballos.
En total,
la fiesta de Halloween mueve por año unos 10.000 millones de
dólares, una cifra nada despreciable para una economía que todavía
no se termina de recuperar de la crisis financiera y económica de
2008. Cada familia gasta para para esa fecha en promedio unos 80
dólares.
Fiesta
espiritual
Sin
embargo, no siempre Halloween fue lo que es hoy. En sus inicios fue
una fiesta celta muy interesante y espiritual que se celebraba en
toda la isla de Irlanda y en Escocia.
Los pueblos
gaélicos, como muchos pueblos originarios en el mundo, tienen una
concepción circular del tiempo, no lineal como los occidentales.
Creen en los ciclos de la naturaleza y desde hace milenios, ellos
celebraban para esta época la inminente llegada del invierno como
inicio del nuevo ciclo de purificación de la tierra. De hecho,
nuestros pueblos originarios celebran el año nuevo (el año que
regresa mejor dicho) en junio.
El WiñoyXipantu en el pueblo nación
Mapuche y el Inti Raymi en los pueblos andinos del norte (quechuas y
aymaras, entre otros).
Pero no
terminan allí los paralelismos. Los celtas, como nuestros
originarios, también creían que nuestros ancestros nos acompañan,
que no quedaron atrás sino que están siempre adelante mostrándonos
el camino, y que vuelven permanentemente para ayudarnos en el
presente.
Por eso,
para esta fiesta de Halloween que significaba el inicio de un nuevo
ciclo, los celtas llamaban en su ayuda a sus seres queridos muertos.
Aquí también vemos una gran similitud con el Día de los Muertos
que se celebra al día siguiente de Halloween, el 1° de noviembre,
tanto en México como en muchos lugares de Latinoamérica, incluida
la propia Argentina.
Con el
tiempo, la representación de los muertos fue adquiriendo distintas
connotaciones y formas, hasta derivar en una festividad entre sagrada
(para esas culturas) y profana. Por supuesto que desde la Iglesia
siempre se la vio como una fecha pagana.
Luego
siguió profanándose por el capitalismo hasta que terminó en una
burda caricatura de sí misma, sobre todo aquí en Estados Unidos,
que es el país donde se ha extendido más.
Una ciudad
contradictoria
Chicago es
una ciudad de contrastes, como Córdoba.
Más allá de que sea a
Rosario a quien le digan “la Chicago argentina”.
Pero es más
como Córdoba, que deambula entre la Reforma del ’18 y la
“Revolución” “Fusiladora”, entre el Cordobazo y el Comando
Libertadores de América, entre los estudiantes y los obreros por un
lado y la Sagrada Familia y la Docta por el otro.
Chicago
también es así, por un lado es donde nació el 1º de mayo como Día
de los Trabajadores y por otro lado es la cuna del liberalismo de
Milton Freedman, llamada justamente la Escuela de Chicago. Es un
centro industrial y por ende obrero y sindical, y por otro lado la
capital del Estado de Illinois, núcleo de la agroindustria y sede de
la timba financiera que no se limita con los alimentos y también
especula con el hambre mundial mediante los mercados a término.
Yo quería
ir a Haymarket, el lugar donde se produjeron las grandes
manifestaciones de 1886 que terminaron con tremendas represiones, el
encarcelamiento de ocho dirigentes sindicales y la condena a muerte
de cinco de ellos: los “mártires de Chicago”. Sin embargo, nadie
me supo decir cómo hacer para llegar hasta el lugar, como si el
tiempo se hubiera devorado esa parte de la historia. De hecho,
Estados Unidos es uno de los pocos países del mundo que no celebra
el 1º de mayo como el Día de los Trabajadores.
Finalmente
descubrí dónde queda ese lugar emblemático, a sólo 15 cuadras de
Millennium Park, cruzando el Brazo Sur del Río Chicago.
En una
cuadra de edificios de oficinas, frente a una playa de
estacionamiento, lo único que hay es un pequeño monumento que evoca
aquella gesta histórica para el movimiento obrero mundial, cuando
los trabajadores organizados pedían por una jornada de ocho horas de
trabajo y condiciones humanas en las fábricas. La respuesta del
gobierno y la policía fue represión y muerte.
Y luego una segunda
muerte que es el olvido, quizá peor que la primera.
De
hecho, estoy aquí sacando fotos y filmando y los que pasan me miran
con cara de asombro, preguntándose seguramente “¿qué hace este
loco?
Luego de un
rato de estar ahí y respirar ese lugar, nos dio un poco de hambre. Y
en Estados Unidos, cuando uno tiene hambre y está en la calle, si no
se puede o no se quiere gastar una fortuna, se cae en una
hamburguesería.
Y justamente había una en la esquina de Haymarket,
por eso hacia allí fuimos.
Allí nos
atendió Samuel, un mexicano de 30 años oriundo de Oaxaca que estaba
en Estados Unidos desde hacía 10 años. Nos contó que trabajaba 12
horas por día y que ganaba 1.500 dólares por mes. En alquilar un
departamentito de un ambiente se le iban 800 dólares, por eso con su
compañera no podían ni pensar en tener un hijo.
Parece
mentira, pero 128 años más tarde de los sucesos de Haymarket,
cuando los sindicalistas y anarquistas manifestaban por ocho horas
diarias de trabajo y condiciones dignas de vida…
De vuelta
al centro, esa tarde recorrí la Avenida Michigan, la más glamorosa
de Chicago. Contrastando con el lujo de las mejores marcas del mundo,
en las veredas me sorprendió la enorme cantidad de mendigos y
homeless (sin techo) tirados pidiendo algo para comer, muchas veces
acompañados por sus perros, entre otras cosas para calentarse con
ellos y contrarrestar el frío penetrante de “la ciudad de los
vientos”.
California
es argentina (2015)
En el otoño
de 2015 estuvimos en California, principalmente para dar un par de
conferencias en relación al centenario del Genocidio Armenio. Una en
la Universidad Loyola Marymount y la otra en el Centro Armenio de la
ciudad de Glendale, donde existe una verdadera Little Armenia. Allí
está la comunidad armenia más grande de la diáspora.
Desde Los
Ángeles, luego recorrimos la ruta estatal uno (Pacific Coast Highway)
que va bordeando el Pacífico hasta San Francisco.
Es un recorrido
maravilloso y forma parte de las cinco rutas costeras más lindas del
mundo, junto con la Costiera Amalfitana en el sur de Italia, la Ruta
del Atlántico en Noruega, la Great Ocean Road de Australia y la Ruta
Uno de la Patagonia argentina.
La ruta se
puede hacer de sur a norte o al revés, aunque por la luz y el sol en
contra es mejor de sur a norte, es decir, desde Los Ángeles hasta
San Francisco. Así la hicimos nosotros, así que la primera parada
fue Malibú, una meca para surfistas de todo el mundo. Más adelante
llegamos a Santa Bárbara, quizá el mejor ejemplo de la California
colonial española.
La misión de Santa Bárbara es una de las mejor
conservadas de todas las misiones franciscanas, que aún hoy
subsisten como guardianes de esa herencia, entre San Diego y San
Francisco. Pero además de la misión, Santa Bárbara es en sí misma
una joyita colonial, con paisajes urbanos muy parecidos a lo que uno
puede encontrar en Salta, Lima, Quito o Cartagena.
De ahí
pasamos por Solvang, un pueblito de inmigrantes daneses, lleno de
lugarcitos encantadores de dueños daneses, con toda la parafernalia
y el marketing de Dinamarca, el chocolate, las construcciones y las
banderas, pero cuando uno entraba a una tienda, las que atendían
eran chicas mejicanas.
De ahí a
San Luis Obispo, otra de las misiones más importantes, y la última
parada del primer día fue San Simeon, otro pueblito encantador a la
vera del mar.
Saliendo al
día siguiente para el segundo día de recorrido, visitamos en las
afueras de San Simeon el Castillo Hearst, que surge imponente en la
cima de una colina llamada “La Cuesta Encantada”. El castillo es
una atracción turística por sus muebles y artículos traídos de
diferentes partes de Europa, jardines interiores y exteriores,
piscinas, zoológico propio y otras excentricidades.
Pero lo más
importante es que este castillo lleva el nombre de quien lo hizo
construir, el magnate de prensa William Randolph Hearst.
Este
personaje de novela nació en cuna de oro en San Francisco, fue a
Harvard y fracasó, para terminar trabajando como periodista en el
Boston Globe y en el New York Globe, periódicos propiedad de Joseph
Pulitzer, el zar de la prensa a fines del siglo XIX. Pulitzer le da
hoy el nombre al premio de periodismo más “prestigioso”, pero
fue el inventor del periodismo amarillo y de baja calidad
informativa.
Hearst encontró
su live motiv en competir contra su empleador Pulitzer, y construyó
un emporio periodístico de 28 periódicos de circulación nacional,
entre ellos Los Angeles Examiner, The Boston American, The Atlanta
Georgian, The Chicago Examiner, The Detroit Times, The Seattle
Post-Intelligencer, The Washington Times, The Washington Herald y su
periódico principal The San Francisco Examiner. Además de 18
revistas, varias agencias de noticias, cadenas de radio y productores
cinematográficas.
En su pelea
encarnizada con Pulitzer, Hearst se valió de generar escándalos y de
la manipulación mediática, para lograr que sus intereses
comerciales y políticos se viesen beneficiados.
Esta
competencia desbocada por la supremacía en ventas llevó obviamente
a una degradación cada vez mayor de la calidad periodística que
encontró en la Guerra Cubano-Española el punto cúlmine.
Acababa de
morir en batalla el poeta y héroe cubano José Martí, y la guerra
de independencia estaba casi ganada por los patriotas.
Entonces,
tanto los medios de Hearst como los de Pulitzer enfocaron sus
objetivos en Cuba, mostrando exageradamente “el peligro” que
significaba para los intereses estadounidenses (bancos y empresas) la
dominación española. Esta manipulación periodística estaba en
directa coordinación con las políticas imperialistas de la Casa
Blanca. Para fines del siglo XIX, Estados Unidos ya había alcanzado
sin dudas su “destino manifiesto” de imperio.
Y como cualquier
imperio en la historia de la humanidad, para dominar enormes
extensiones necesitaba bases militares. Por eso, luego de su
expansión de principios de siglo de océano a océano; luego del
robo de la mitad de territorio mejicano hacia mediados del siglo;
luego de adquirir Alaska y avanzar sistemáticamente sobre
Centroamérica; para finales del siglo ocupa el archipiélago de
Hawai (que cuando era un reino independiente había sido el primer
país en reconocer la independencia de Argentina), muestra sus
colmillos sobre Panamá para construir el canal interoceánico y
también empieza a acechar a España para quedarse con sus posesiones
en el Caribe y en el Lejano Oriente.
La
oportunidad se da el 15 de febrero de 1898, a las 21.40, cuando
explota el acorazado Maine, que el gobierno de William McKinley había
enviado al puerto de La Habana para “cuidar los intereses
norteamericanos”.
De los 335 tripulantes del Maine, murieron en la
explosión 256, en lo que fue claramente una acción de falsa
bandera, es decir, perpetrado por el propio gobierno de Estados
Unidos.
Incluso los propios periodistas del Journal, periódico de
Hearst, dudaban y decidieron tratar el tema con precausión.
Pero
Hearst llamó al director y a los
gritos le ordenó que la única noticia importante era la guerra.
Así, el Journal publicó en primera página “El barco de guerra
Maine partido por la mitad por un artefacto infernal secreto del
enemigo”, y dos días después tituló: “¿Guerra? ¡Seguro!”.
Así, Hearst consiguió que la opinión pública de los Estados
Unidos deseara la guerra y obligó al Congreso a declarar la guerra,
como quería el gobierno.
Finalmente,
Estados Unidos se quedó con Cuba, Puerto Rico, Guam y Filipinas,
antiguas posesiones españolas. Así fue como se cumplió la Teoría
de la Fruta Madura, aquella que decía que Cuba debía caer cual
fruta madura en las manos de Estados Unidos. Esa situación se
extendió al menos hasta 1959 con la Revolución de los Barbudos.
Y aún hoy,
el Imperio mantiene en Cuba el enclave de Guantánamo, donde tiene
una base militar y una cárcel fuera de toda legalidad y legitimidad.
“Mariano,
despertate, ¿qué te pasa estás en otro mundo?” - Perdón.
Me
despabilo, vuelvo al presente, después de pensar tanto en Hearst,
aquel que se inventó una guerra al servicio del imperio e hizo tanto
mal a la humanidad. Un gran ejemplo del poder enorme de la prensa, en
este caso, como casi siempre, usado para el mal.
Ya lo había
predicho el propio Simón Bolívar en 1792: “Los Estados Unidos
parecen destinados a sembrar de calamidades la América en nombre de
la libertad”.
Bueno,
vuelvo en mí mismo, pongo primera y seguimos viaje, disfrutando este
hermosísimo camino costero por el Big Sur. Pasamos por el Parque de
Julia Pfeiffer, con la famosa cascada que cae a la playa, y luego al
Parque Nacional Padres, hasta que llegamos a Carmel, un pueblito
encantador, lleno de galerías de arte, famoso porque Clint Eastwood
fue su alcalde, y también porque se ha autodeclarado como
“dogfriendly”, o amigable con los perros.
Finalmente
llegamos al lugar más importante de mi viaje por la
Pacific Coast Highway: Monterrey.
A simple
vista, es una ciudad californiana más, a unos 200 kilómetros de San
Francisco. Con su centro comercial, su puerto y su paseo marítimo.
Menos glomoroso que Malibú, menos colonial que Santa Bárbara y
menos coqueto que Carmel. Pero para mí es muchísimo más que todo
eso: es el lugar adonde llegaron los corsarios argentinos y por el
cual toda California fue argentina por una semana.
Al
principio del siglo XIX, los corsarios eran una especie de piratas
pero con patente de un país, lo cual les daba cierto resguardo. De
ahí aquel dicho: tener patente de corso, como diciendo que se tiene
vía libre para hacer de las suyas. A cambio, tenían que compartir
el botín de sus trapisondas con el país que les daba patente.
Nuestra naciente nación, hacia 1812, 1813, convoca a algunos
navegantes extranjeros para que sean nuestros corsarios, porque la
guerra también debía hacerse en el mar, y los españoles tenían
una temible flota de guerra. Ya no era la Armada Invencible, porque
había sido vencida por el Almirante Nelson en 1805, pero seguía
siendo poderosa, sobre todo en los mares del sur. Los más famosos de
esos corsarios argentinos eran: el irlandés Guillermo Brown, el
maltés Juan Bautista Azopardo y el francés Hipólito Bouchard.
Hacia 1817,
Bouchard encabezó un viaje de circunnavegación. Estuvo en
Madagascar combatiendo contra buques ingleses traficantes de
esclavos, luego en Borneo contra los piratas malayos, y terminó en
Hawai, un reino independiente que fue el primer país extra regional
en reconocer la independencia de las Provincias Unidas del Río de la
Plata.
De ahí, en julio de 1818 Bouchard rumbeó hacia California en
línea recta, al mando de la fragata La Argentina y la corbeta
Chacabuco.
“(Bouchard)
esperaba dar allí certeros golpes que conmovieran a las autoridades
españolas de Nueva España y descalabraran su comercio.
Lo animaban
no sólo el propósito de cumplir las órdenes de su gobierno y
obtener nuevas riquezas, sino vengar las derrotas de los patriotas
mexicanos, que a partir del fusilamiento por la espalda del cura
Morelos, en diciembre de 1815, con la infamante nota de traidor, no
lograban éxitos.
Sólo se mantenían en el sur unas guerrillas al
mando de Vicente Guerrero” (De Marco, Miguel Ángel, Corsarios
Argentinos, Editorial Emecé, Buenos Aires 2005, página 98).
California,
por esa época, era una zona relativamente deshabitada, con tres
pueblos principales: Monterrey como capital, San Francisco y Los
Ángeles, escenario de las aventuras de El Zorro, aquel personaje
justiciero que se escondía detrás de la piel del aburrido
aristócrata Diego de la Vega.
También había en California cuatro
fuertes y las ya mencionadas misiones franciscanas. Pero estaba
aislada del resto del Virreinato de Nueva España por el desierto y
su única comunicación era por el mar hacia Acapulco.
“El 20 de
noviembre de 1818, el vigía de Punta de Pinos, ubicada en uno de los
extremos de la bahía, avistó a La Argentina, seguida por la Santa
Rosa (Chacabuco). Ambos veleros mostraban sus ágiles siluetas y
enarbolaban un pabellón desconocido para muchos. Evidentemente se
trataba de los temidos corsarios” (op. Cit., página 178).
El 22 se
produjo el acercamiento al puerto, tomando la delantera la corbeta
Chacabuco, donde el capitán Peter Corney izó una gran bandera
argentina. Pero se acercó tanto a la costa que fue rechazada por la
artillería del fuerte, cuya única esperanza era no permitir el
desembarco de los corsarios.
Durante la
madrugada del 24 de noviembre, mientras los realistas festejaban la
victoria contra los corsarios, se acercó al puerto La Argentina y
desembarcaron unos 200 infantes y marineros corsarios, que
prácticamente no obtuvieron resistencia en el fuerte de Monterrey.
“Una hora
más tarde, enarbolada la bandera celeste y blanca donde había
estado la roja y gualda (amarilla) de gran tamaño que se utilizaba
en los buques y fortificaciones, Bouchard quedó en poder de la
ciudad durante seis días, hasta que adoptó la decisión de
abandonarla.
Desde el 24 al 29 de noviembre, los corsarios
procedieron a apropiarse del ganado y mataron las reses que no podían
consumir a bordo; incendiaron el fuerte, el cuartel de astilleros, la
residencia del gobernador, las casas de los españoles, sus huertas y
jardines. En cambio respetaron los templos y las propiedades de los
americanos. En su afán de aplicar un completo y ejemplar castigo,
Bouchard mandó que se hicieran estallar todos los cañones, con
excepción de dos que necesitaba la Santa Rosa (Chacabuco).
Todo esto
mientras el gobernador (Pablo Vicente Solá), a cinco leguas de
Monterrey, con un cañoncito, las municiones, archivos y dineros de la
Real Hacienda, esperaba el arribo de refuerzos de San Francisco y San
José.
Pero cuando éstos llegaron, nada hizo para intentar la
recuperación de la plaza o por lo menos hostilizar al enemigo”
(op. Cit., página 180).
“Es
decir, España recuperó California porque los corsarios argentinos
la abandonaron. Ellos no tenían la visión estratégica que podían
tener militares formados como San Martín o Belgrano, y su misión se
limitaba al saqueo y al hostigamiento. Fue así que luego de haber
arrasado con Monterrey, levaron anclas nuevamente y se dirigieron
hacia el sur, saqueando sucesivamente Santa Bárbara, San Juan de
Capistrano y San Blas” (Saravia, Mariano, Embanderados, la
emancipación de Sudamérica y el porqué de los colores y los
diseños de sus banderas, Editorial Abrazos, Córdoba 2006, página
32).
Santa
Mónica y Nueva York por la paz
Caminando
por la ancha playa de Santa Mónica, en una cálida tarde de otoño,
vi algo que me llamó la atención. Centenares de cruces ocupaban una
gran parte de la playa junto al muelle. Lo primero que pensé fue:
Qué mal gusto, poner un cementerio aquí. Pero cuando me acerqué,
me di cuenta de que era una instalación de Veterans for Peace, una
agrupación de veteranos de todas las guerras imperialistas que
denuncian el carácter criminal de sus gobiernos. Eran cruces blancas
y rojas, cientos. Y entre ellas, unas cuantas estrellas de David y
alguna que otra media luna. En el medio, cinco ataúdes envueltos en
la bandera estadounidense. Correspondían a los soldados muertos esa
semana en operaciones alrededor del mundo. Complementando la
instalación, fotos de los soldados muertos, una carpa con veteranos
y copiosa bibliografía y afiches con gráficos que explican los por
qué de una política imperialista que acompaña a Estados Unidos
desde prácticamente su formación como Estado Nación, con los
padres fundadores: Jefferson, Madison, Washington, Adams y compañía.
Un año
antes me había pasado algo parecido en Nueva York.
Había estado
toda la mañana en la sede de la delegación de Bolivia ante la ONU.
Habíamos estado trabajando junto al embajador Sacha Llorenti sobre
un proyecto que le presenté para lograr una salida soberana al mar.
Salí de ahí y caminé un par de cuadras hasta la Quinta Avenida,
para ver el desfile por el día del veterano. Era 11 de noviembre,
una de las fechas más importantes en Estados Unidos, aunque
desvirtuada como todo por la fiebre de consumo, ya que las tiendas
hacen grandes descuentos ese día.
Me ubiqué frente a la catedral de
San Patricio, los costados de esa glamorosa calle estaban llenos de
gente, todos con una banderita en sus manos. El desfile en sí mostró
también lo que es el apoyo de la sociedad civil a sus políticas
invasoras, asesinas, colonialistas e imperialistas alrededor del
mundo.
La mayor parte del desfile fue una exaltación de esas raras
“virtudes” chauvinistas. Aunque al final del desfile, desfilaron
mis amigos de Veterans for Peace, con carteles en contra de la guerra,
a favor de la paz y un mundo más multipolar. Pero no sólo eso,
también en contra del excesivo gasto militar de Estados Unidos, 700
mil millones de dólares por año, igual a su déficit fiscal.
Según
esta organización, desde 1948 hasta la actualidad su país ha
gastado en armamentos, servicios militares y guerras más de 20
trillones de dólares. Es una cifra que no nos cabe en la cabeza, por
eso es mejor la comparación, y decir que es más de todo lo que los
seres humanos han creado como riqueza en ese mismo país. Es decir,
imagínense ustedes todo lo que hay en Estados Unidos: aeropuertos,
carreteras, autopistas, edificios, diques, autos, camiones, fábricas,
centros comerciales, hospitales, escuelas, universidades, hoteles,
restaurantes, casas particulares, todo, todo, todo lo que existe.
Todo eso es menos que lo que gastan en muerte.
Al final
del desfile, participé de una cena en la residencia de la embajadora
argentina ante la ONU. En un momento, intentando apartarme de las
acartonadas conversaciones de los diplomáticos, me puse a charlar
con un profesor universitario puertorriqueño. Él me dijo: “Mariano,
¿sabes de dónde surgió la expresión América Latina?”. “No
–dije- por favor contame”.
Y contó: “De un filósofo chileno
llamado Francisco Bilbao. En 1856 se encontraba en París dando unas
conferencias y se enteró de un suceso que conmovió al mundo. Un
filibustero estadounidense llamado William Walker había invadido
Nicaragua y se había autoproclamado presidente.
Antes lo había
intentado sin éxito en el estado mejicano de Sonora.
Y unos diez
años antes otros filibusteros lo habían hecho con Texas, iniciando
el proceso de usurpación de territorio mejicano. El tema es que el
gobierno de Estados Unidos de Franklin Pierce había reconocido aquel
gobierno ilegal e ilegítimo de William Walker. Entonces, Francisco
Bilbao dijo esto: nuestros pueblos americanos tienen muchas cosas en
común, una cultura, un idioma, una religión, una historia. Pero lo
más importante que comparten es una amenaza y un enemigo común, se
llama Estados Unidos. Por eso somos América Latina”.
En eso nos
invitaron ceremoniosamente a la mesa de la residencia de la Embajada
Argentina en la ONU. Pero la conversación había quedado a mitad y
yo continué con mi amigo portorriqueño: “Te cuento algo que dijo
William Howard Taft, presidente de Estados Unidos, en 1912: “No
está lejano el día en que tres banderas de barras y estrellas
señalen en tres sitios equidistantes la extensión de nuestro
territorio. Una en el Polo Norte, otra en el Canal de Panamá, y la
tercera en el Polo Sur. Todo el hemisferio será nuestro, de hecho,
como en virtud de nuestra superioridad racial, ya es nuestro
moralmente”. En ese momento se hizo un silencio incómodo en la
mesa de la embajadora, y todos se quedaron mirándome.










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