Toda persona que haya sufrido algún tipo de daño como consecuencia de una agresión o vulneración de derechos es considerada una víctima. A partir de ese momento debe ponerse en contacto con las instituciones judiciales, sanitarias, y sociales que sean idóneas para intervenir en la situación que le tocó atravesar.
En
este contacto que se inicia con los diferentes sistemas que deben dar
respuestas a las víctimas es más que frecuente que se presenten
inesperados obstáculos que alejan la posibilidad de obtener justicia
y una adecuada recuperación de quienes ha visto vulnerados sus
derechos.
Según
los estudios realizados por la Victimología, podemos identificar
varios factores de este tipo que casi nunca son supuestos por la
víctima y su familia al momento de realizar la denuncia.
El
primer aspecto está relacionado con la falta de información
comprensible (uso excesivo de tecnicismos), oportuna y útil que
recibe la persona al ponerse en contacto con el sistema, seguido por
la desproporcionada extensión de los tiempos procesales.
Cuando
alguien es víctima de un delito, espera su resarcimiento,
manteniendo altas expectativas en la rapidez de la resolución. Pero,
lo cierto es que esto sucede muy pocas veces y la lentitud del
proceso que enfrenta termina afectando decididamente su proceso de
recuperación. A lo que debemos añadir que todas las demoras, las
reiteradas derivaciones, consultas inconducentes y las declaraciones
recurrentes (innecesarias) generan un daño añadido a quien ha sido
víctima de un delito.
Además,
muy pocos organismos estatales cuentan con los espacios adecuados
necesarios para la realización de entrevistas. Muchas veces se deben
realizarlas con terceros presentes por falta de lugares específicos
para resguardar la intimidad y la confidencialidad de lo expresado
por la víctima.
Ni
qué decir cuando se cita conjuntamente a la víctima y al victimario
a audiencias o a espacios de entrevista o mediación. El encuentro
entre ambos profundiza el sentimiento de indefensión que puede
sentir la persona luego de haber realizado la denuncia.
Otro
aspecto señalado por la victimología es que, generalmente, se da
prioridad a la resolución del hecho por encima de la atención de la
persona, generando en la víctima fuertes sentimientos de
“invisibilización”, así como también la sensación de que todo
lo que se hace no lo incluye en ningún sentido, despersonalizando
totalmente el trato que recibe.
Ligado
a esto, encontramos otro aspecto central en este contexto: la actitud
de los profesionales durante su intervención. Muchas víctimas
refieren que el trato recibido por los profesionales y operadores que
los asisten es negligente o desinteresado. Esto da lugar a
intervenciones iatrogénicas, en las que el personal encargado de la
atención a las víctimas agudiza aún más el daño sufrido con su
participación.
Una
de las más perjudiciales manifestaciones de esto se produce cuando
quien debe escuchar lo narrado por la víctima asume una actitud de
desconfianza ante lo escuchado. Dudando o cuestionando su
credibilidad, lo que genera en la víctima un sentimiento de
culpabilidad y mayor padecimiento. Existen casos en que ante este
tipo de desconfianzas o cuestionamientos a los dichos de la víctima,
se produjo la retractación de la persona, quien se encuentra en una
situación sumamente vulnerable y no logra soportar la presión de
ser cuestionada.
Ni que decir de las veces en que la víctima debe responder sobre
cuestiones referidas a sus antecedentes personales o conductas no
vinculadas al hecho denunciad. O, por ejemplo cuando las personas se
vuelven objeto de exámenes médicos repetidos, superfluos o
excesivos. Todo ello constituye un trato inadecuado, en el ámbito
que sea.
Todo
lo anterior deja al descubierto el lugar que, muchas veces, ocupa la
víctima en el sistema de atención y la importancia que los
distintos operadores de justicia dan al trato con la persona.
Cuando esto sucede, se producen un conjunto de consecuencias negativas que pueden llegar a afectar psicológica, social, jurídica y económicamente las víctimas.
Generalmente, esta segunda vivencia del hecho sucedido (revictimización) puede ser tan grave o aún más que la primera (la del delito) y aumenta la dimensión del daño total sufrido.
La que se amplifica si, además de haber sido víctima de un delito, se pertenece a algún grupo de mayor vulnerabilidad como el género, ser una persona con capacidad restringida, ser niño, niña o adolescente, el tipo de violencia sufrida, ser víctimas de trata de personas o de violaciones a los DD. HH.
La revictimización implica repetición. La persona maltratada reexperimenta el papel de víctima, revive los momentos dolorosos y emociones asociadas a su experiencia traumática inicial en repetidas ocasiones, en un entorno que de por sí ya suele ser lo suficientemente estresante como son los procesos judiciales. Si pudiéramos ver cómo sigue la vida de las víctimas después de atravesar todo el proceso que se inicia con una denuncia, nos daríamos cuenta que (en la mayoría de los casos) han sido forzadas a modificar sus hábitos de vida, afectando en algún punto su cotidianeidad, así como también sus relaciones interpersonales, su actividad profesional y su actividad social.
¿ Qué medidas pueden evitar o reducir al mínimo la revictimización ?
Es fundamental la utilización de protocolos adecuados que orienten a los profesionales y operadores judiciales en todo lo referido a priorizar la atención al perjudicado, antes que al delito del que fue objeto.
Sería importante contar con un diagnóstico de actitudes negativas identificadas en la atención a víctimas dentro del sistema judicial o sanitario, donde se señalen los componentes que integran el lenguaje verbal o no verbal (miradas, gestos, tonos de voz, ademanes, postura corporal, etc.) como elementos a ser tenidos en cuenta durante la asistencia.
Un aspecto en el que debe tenerse especial cuidado es en evitar actitudes que puedan interpretarse como la justificación del acto violento o de culpabilización de la víctima, como las referidas a la actitud de la persona afectada (ropa, horario, compañía, costumbres, etc.) de donde se percibe la idea de que la víctima es merecedora o ha provocado de alguna manera la vulneración de derechos que ha sufrido.
Se debería propiciar la confianza de la víctima, comprender el sufrimiento que significa revivir todo lo sucedido y poder brindarle un espacio seguro donde poder hablar de lo ocurrido, insistiendo en la confidencialidad.
Lo que puede lograrse cuando se trabaja con un equipo multidisciplinario que logre alejarse de los prejuicios y desarrolle la empatía, valorando correctamente las secuelas de la victimización. Donde las entrevistas se encuentren a cargo de personal especializado y en donde se tenga en cuenta la etapa evolutiva de la víctima, evitando reiteraciones innecesarias o estudios médicos redundantes.
Asimismo, es de gran importancia contar con un sistema efectivo de apoyo psicológico desde el inicio de todo el proceso.
Mientras que desde el sistema judicial es necesario ser conscientes de la importancia de minimizar todo lo posible la duración de los procesos judiciales y burocráticos, así como también evitar los reiterados encuentros entre víctima y agresor.
Finalmente, tanto operadores de justicia, sanitarios, policiales como periodistas y medios de comunicación deberíamos comprometernos con la preservación máxima de los derechos de la víctima, evitando difundir su identidad y respetando su intimidad.
Cada caso de revictimización pone de manifiesto el fracaso de las instituciones judiciales debido a que la administración de justicia es central para el ejercicio y defensa de los DD. HH. de las víctimas, por lo que no deberíamos restar importancia a estas cuestiones.
Pasos - Charo Bogarín y Malena Muyala
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